Page 294 - Abrázame Fuerte
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desolado de la zona industrial. Sergio bordea el caminito y se dirige hacia un gran
muro que rodea una empresa abandonada.
—¿Qué es? —pregunta Silvia, que entrevé lo que él quiere enseñarle.
—Ya lo verás… Espero que te guste… ¿Tienes frío?
—No. Bueno, un poco. Pero dices que no estaremos mucho rato, ¿no?
—No sufras… Volveremos en seguida, ya te he dicho que sólo será un
momento.
Por fin llegan al muro, y Sergio camina un poco más, buscando algo. El muro
esta lleno de grafitis artísticos de todos los tamaños y colores. También está lleno
de pintadas que no se entienden nada. Al verlas, a ella le asalta una pregunta.
—Oye —dice curiosa—. ¿Por qué no se entiende la mayoría de las palabras
de los grafitis?
—Es que no son palabras —le explica él mientras caminan a paso lento hacia
su destino—. Son firmas, y cada cual tiene la suya. Las firmas no se entienden,
¿verdad? Es decir, que muchas no se pueden leer… Esto se debe a que una firma
es como una huella dactilar: representa la identidad, el carácter, y para nosotros
los grafiteros es nuestra manera de decir: « Estoy aquí, y soy arte» .
—¿Y tenéis que hacerlo en una zona tan horrible?
—¡Ésa es la gracia! Pintamos en lugares horribles y desolados y los
transformamos, les damos belleza. Llevamos nuestro arte a lugares inaccesibles,
lugares adonde no accede la gente con dinero e ideas preconcebidas. Aquí
trabajamos. Pintamos, dibujamos, hacemos nuestras pruebas… y, aunque puede
parecer lo contrario, todos nos respetamos un montón. Un grafitero jamás pintará
encima de otro grafiti. Eso es una ley universal para nosotros.
—No lo sabía. Algunos me gustan mucho —afirma Silvia mientras observa
las pintadas y garabatos.
Sergio le imparte una lección rápida de arte callejero.
—Es aquí… Cierra los ojos. —El chico se vuelve hacia ella y Silvia obedece
—. Cógeme de la chaqueta, pero no abras los ojos. —Ella sonríe; la aventura le
está gustando. Sergio camina unos pasos más. La chica sigue agarrada a su
chaqueta, con los ojos cerrados—. Ya puedes abrirlos.
Silvia no se puede creer lo que ven sus ojos. Es un mural de tres metros por
dos. Dentro de un cielo azul con algunas nubes blancas hay una chica morena
con las manos en la cintura, medio sonriente. Está vestida de colegiala, con una
falda de rombos blancos y negros que le llega hasta las rodillas. Por debajo de
ellas tiene dibujados unos calcetines rojos y, en los pies, unos zapatos de charol.
También luce una camisa blanca con una pequeña pajarita negra. La chica que
le sonríe desde el grafiti del muro tiene una mirada lúcida e inocente y ¡es ella!
—Lo acabé esta mañana. Eres tú… ¿Te gusta? —El chico mira orgulloso su
mural.
—Pero…, pero… ¿esto lo has hecho hoy? —pregunta ella, emocionada.