Page 293 - Abrázame Fuerte
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se decide, el teléfono deja de sonar.
        Silvia se levanta de la silla, nerviosa. « ¿Le devuelvo la llamada?» . No han
      pasado ni treinta segundos y el móvil vuelve a sonar. Silvia respira hondo: esta vez
      sí va a contestar.
        —Hola —responde nerviosa.
        —Hola… —Se hace un silencio incómodo. Sergio carraspea—. Estoy en el
      portal de tu casa y… no me acuerdo de tu piso. —Silvia recibe este comentario
      como un puñetazo en el estómago. ¡No se lo esperaba para nada! Y no es que le
      disguste, sólo que… ¿está preparada?
        —¿Qué quieres? —pregunta la chica con la voz entrecortada.
        —Bueno… Tengo un taxi esperando… Quiero enseñarte algo. ¿Te pillo en mal
      momento?
        —¿Adónde vas? —pregunta ella para ganar tiempo.
        —Bueno, la pregunta correcta sería adónde vamos, si es que… ¿puedes bajar
      un segundo?
        Silvia no sabe qué esperar pero, después de haber hablado con Bea, cree que
      es  hora  de  descubrirlo  y,  sobre  todo,  no  huir  y  enfrentarse  a  sus  verdaderos
      sentimientos. Sergio tiene algo importante que decirle; de lo contrario, no habría
      ido hasta su casa.
      Diez minutos más tarde
      Silvia está dentro de un taxi, camino a no sabe dónde. Al salir a la calle, Sergio la
      ha hecho subir al coche y éste, sin que el chico le diera ningún tipo de dirección
      al taxista, ha empezado el trayecto.
        Si Sergio fuera un desconocido, a estas horas la chica estaría pataleando con
      desespero, pero decide confiar en él. Además, Sergio está guapísimo, y ella está
      demasiado  nerviosa  como  para  preguntar  nada.  El  viaje  dura  unos  veinte
      minutos. Han llegado a las afueras de ciudad.
        —Es aquí —le dice el chico al taxista, que frena el coche en doble fila en una
      zona industrial donde sólo hay descampados, unas cuantas fábricas horribles de
      cemento gris y una carretera mal asfaltada iluminada por la luz blanca de unas
      farolas viejas.
        El chico pide al taxista que no pare el contador, que regresan en seguida, y
      ambos chicos salen del coche. En las afueras de la ciudad hace algo más de frío,
      y ella se abrocha la chaqueta. Las muletas de Sergio los obligan a caminar a paso
      lento.
        —Te quiero enseñar una cosa —dice, conduciendo a Silvia hacia un caminito.
      La chica mira hacia atrás—. No te preocupes. El taxi esperará.
        Las palabras del chico la tranquilizan. Se siente desprotegida ante ese paisaje
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