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Dolores que sufre.
No te amé tanto
Como pude.
Dame tu pañuelo blanco
Que quiero secar tu cara.
Que las lágrimas que veo
Las siento en mi alma.
Para un poco túnico
Y déjame contemplarla…,
Que quiero
Secar sus lágrimas.
Por favor nazareno,
Para un poquito el paso
Y deja que este rato
Se haga eterno.
Que quiero
Besar su cara,
Que quiero
Secar sus lágrimas.
Que quiero construir
Su casa en mi alma.
El Domingo de Ramos ha evolucionado en nuestra Semana
Santa, pero no en su esencia. La conmemoración de la entrada de
Jesús en Jerusalén a lomos de un borriquillo mientras la gente lo
aclamaba con ramas de olivo y palmas.
Y en las calles vuelve a sonar: “Como brotes de olivo, en
torno a tu mesa Señor. Así son los hijos de la Iglesia”.
Jesús, triunfante, entra en la ciudad sagrada. Tal vez, sus
apóstoles, con una sonrisa de satisfacción, veían por fin cercana
la recompensa. Jesús era aclamado por el pueblo.