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¿Y María? Posiblemente su madre lo contemplara a lo lejos.
Su hijo, su niño, entraba aclamado y, tal vez, por un instante se
alejó la zozobra de las palabras de Simeón.
O tal vez, temerosa, recordara cuantas veces la ciudad había
traicionado a todos aquellos que le habían sido enviados.
Llegados a la Iglesia, entre cantos de alegría, celebramos la
Eucaristía. En ella, se proclamará por primera vez, completa, la
Pasión.
¡OH María!, tus peores temores se harán realidad.
¡OH María! A tu hijo lo van a matar.
Y los mismos que ahora gritan: “Hosanna al que viene en nombre
del Señor”,
En pocos días gritarán Barrabás, Barrabás…
Los mismos que forman ahora la multitud, pedirán para Él a gritos
la cruz.
Y así, entramos ya en los días grandes de nuestra Semana
Santa.
Como prólogo, el miércoles Santo nos ofrece una de las
estampas más bonitas y entrañables.
Los niños y niñas, vestidos con túnicas blancas y cíngulos
morados, harán el traslado del Cristo de la Caña.
Ecce homo, dirá Pilatos. ¡He aquí el hombre!
No hay mejores hombros sobre los que trasladar a este
pequeño Cristo que el de los más pequeños. Ellos mismos lo han
hecho suyo.
El más puro sobre los hombros más puros.
Pequeño en tamaño y gigantesco en sentido, nuestro Padre se nos
presenta azotado y humillado. Como cordero llevado al matadero,
no abrió la boca. Así lo profetizaba Isaías…, y así será.
Y tras el traslado, en la misa la ofrenda floral, muestra del cariño
hacia nuestros Santos titulares.