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¡...UN POCO DESDE ACÁ...!

          recelo.  La  diosa  sin  compadecerse,  sintiéndose  mal  por  el
          desprecio injustificado, dejó que el maíz creciera detrás de los
          cerros cercanos e hizo que a pesar de estar cerca, no pudieran
          ser atravesados, rodeó los cerros con un cinturón de fuego. Los
          nativos  podían  ver  los  campos  amarillos  pero  no  podían
          acercarse  pues  padecerían  el  fuego  eterno  y  la  tierra  los
          comería vivos.

          La tribu rogó esta vez a Quetzalcóatl, él se compadeció del
          pueblo, sirvió de mediador y habló con Pacha Mamá para que
          le permitiese coger un grano, un solo grano de su cerro para
          llevarlo a la población que padecía las consecuencias de los
          dictámenes de Zipa. Pacha Mama aceptó el permiso que le
          pedía Quetzalcóatl y le dijo:-“voy a convertirte en un animal
          pequeño con el cual solo vas llevar en tu lomo un grano de
          maíz”.  Quetzalcóatl aceptó la condición de Pacha Mama así
          que lo convirtió en una hormiga, y ese día emprendió un largo
          viaje hacia el cerro por el grano de maíz amarillo mientras la
          tribu esperaba respuestas, la buena noticia.


          La pitonisa ya vieja y enferma, seguía advirtiendo sobre un
          choque  entre  colores.  Lo  de  menos  era  esa  periodo  de  no
          cosecha del maíz amarillo, pues toda esa situación, a fondo, era
          un mensaje el cual debía comprenderse, así mismo, los ríos
          quedarían  en  silencio,  pues  la  sangre  se  iba  a  regar  a  sus
          alrededores. Todo era un mensaje, un dramático mensaje. Por
          eso,  el  maíz  salía  de  diferentes  colores  porque  tenían  que
          escuchar  los  signos  del  futuro,  pero  que  a  la  vez  no  debía
          discriminar los colores del maíz pues así sería el destino de las
          tribus de esas tierras, que padecería por su color de piel frente a
          los seres extraños de cara pálida.  Nemequene Zipa entró en
          duda, de nuevo, por lo que la pitonisa decía, decidiendo esperar
          respuestas de Quetzalcóatl. Ni Quetzalcóatl ni el grano de maíz
          aparecían en el horizonte. Se desesperaba y madrugaba todos
          los días antes del alba para ver si llegaba con el grano de maíz


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