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MÁS ALLÁ DEL AULA II

            amarillo como el oro. Le rodeaba la cabeza cómo podían existir
            seres que comían oro metálico y plata resplandeciente, no lo
            dejaba dormir esa absurda idea. Quetzalcóatl demoró seis días
            y siete noches en su proeza. De regreso debía descansar en la
            misma laguna donde Zipa había hablado con Bachué. Además
            se hizo con unas pepas de oro para recuperar fuerzas. Cuando
            la serpiente emplumada, el dios Quetzalcóatl, volvió a la tribu
            con  el  grano  de  maíz  y  fue  recibido  con  alegría,  todos  se
            regocijaron bailaron alrededor del fuego y adoraron a Pacha
            Mama. Al día siguiente la pitonisa murió.

            Así, Zipa envió a un mensajero de su tribu para que informara a
            Hunza  cacique  de  Boyacá,  pariente  lejano  de  Kizara,  pero
            también se enteró que estaba muerto, los dioses lo convirtieron
            en estatua junto con su mujer que en ese caso era la hermana de
            Hunza, así que Zipa emprendió un viaje por la costa de la
            Guajira, pues la pitonisa había deseado que su sepultura fuera
            en las costas cerca al dios Mar, donde la tribu Wayú con la que
            había  hecho  amistad  hace  años,  le  debían  realizar  un  rito
            especial. Es así como el líder del altiplano con su comitiva
            emprendió una tortuosa odisea echándose montaña abajo hasta
            llegar  al  gran  río  del  Sur  Norte,  el  cadáver  no  presentaba
            descomposición. Zipa decidió llevarles maíz como regalo de la
            tribu  chibcha  al  hermano  pueblo  wayú.  Pero  las  ideas  le
            rondaban  en  la  cabeza  y  sobre  todo  las  predicciones  de  la
            difunta pitonisa. La misión era sepultarla en las tierras del
            norte, en la cima de la sierra de Jarara. Allí, con vista a la costa,
            Nemequene Zipa vio que se asomaba un objeto extraño, como
            un gran pez pero no era un pez, era una nave.  Un gran pez de
            madera, con seres parecidos a ellos pero distintos, seres de piel
            pálida. Entonces preguntó aturdido a los presentes de la tribu
            wayú que si los conocían, ellos no dieron razón, estaban igual
            de perplejos entre temor y asombro. Fue en ese momento, en
            que recordó todo lo que la pitonisa había pronosticado. Se dio
            cuenta que la pitonisa tenía razón. Esa noche compartió con la


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