Page 1061 - El Señor de los Anillos
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                    El Campo de Cormallen
      E l  océano  embravecido  de  los  ejércitos  de  Mordor  inundaba  las  colinas.  Los
      Capitanes  del  Oeste  empezaban  a  zozobrar  bajo  la  creciente  marejada.  El  sol
      rojo,  ardía,  y  bajo  las  alas  de  los  Nazgûl  las  sombras  negras  de  la  muerte  se
      proyectaban sobre la tierra. Aragorn, erguido al pie de su estandarte, silencioso y
      severo,  parecía  abismado  en  el  recuerdo  de  cosas  remotas;  pero  los  ojos  le
      resplandecían, como las estrellas que brillan más cuanto más profunda y oscura
      es la noche. En lo alto de la colina estaba Gandalf, blanco y frío, y sobre él no
      caía sombra alguna. El asalto de Mordor rompió como una ola sobre los montes
      asediados, y las voces rugieron como una marea tempestuosa en medio de la
      zozobra y el fragor de las armas.
        De pronto, como despertado por una visión súbita, Gandalf se estremeció; y
      volviendo la cabeza miró hacia el norte, donde el cielo estaba pálido y luminoso.
      Entonces levantó las manos y gritó con una voz poderosa que resonó por encima
      del estrépito:
        —¡Llegan las Águilas!
        Y muchas voces respondieron, gritando:
        —¡Llegan las Águilas! ¡Llegan las Águilas!
        Los de Mordor levantaron la vista, preguntándose qué podía significar aquella
      señal.
        Y vieron venir a Gwaihir el Señor de los Vientos, y a su hermano Landroval,
      las más grandes de todas las Águilas del Norte, los descendientes más poderosos
      del viejo Thorondor, aquel que en los tiempos en que la Tierra Media era joven,
      construía sus nidos en los picos inaccesibles de las Montañas Circundantes. Detrás
      de las águilas, rápidas como un viento creciente, llegaban en largas hileras todos
      los vasallos de las montañas del Norte. Y desplomándose desde las altas regiones
      del aire, se lanzaron sobre los Nazgûl, y el batir de las grandes alas era como el
      rugido de un huracán.
        Pero los Nazgûl, respondiendo a la súbita llamada de un grito terrible en la
      Torre Oscura, dieron media vuelta, y huyeron, desvaneciéndose en las tinieblas
      de  Mordor;  y  en  el  mismo  instante  todos  los  ejércitos  de  Mordor  se
      estremecieron, la duda oprimió los corazones; enmudecieron las risas, las manos
      temblaron,  los  miembros  flaquearon.  El  Poder  que  los  conducía,  que  los
      alimentaba de odio y de furia, vacilaba; ya su voluntad no estaba con ellos; y al
      mirar a los ojos a los enemigos, vieron allí una luz de muerte, y tuvieron miedo.
        Entonces  todos  los  Capitanes  del  Oeste  prorrumpieron  en  gritos,  porque  en
      medio de tanta oscuridad una nueva esperanza henchía los corazones. Y desde las
      colinas sitiadas los Caballeros de Gondor, los Jinetes de Rohan, los Dúnedain del
      Norte,  compañías  compactas  de  valientes  guerreros,  se  precipitaron  sobre  los
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