Page 1063 - El Señor de los Anillos
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—Dos  veces  me  has  llevado  ya  en  tus  alas,  Gwaihir,  amigo  mío  —dijo
      Gandalf—.  Esta  será  la  tercera  y  la  última,  si  tú  quieres.  No  seré  una  carga
      mucho  más  pesada  que  cuando  me  recogiste  en  Zirak-zigil,  donde  ardió  y  se
      consumió mi vieja vida.
        —A donde tú me pidieras te llevaría —respondió Gwaihir—, aunque fueses
      de piedra.
        —Vamos,  pues,  y  que  tu  hermano  nos  acompañe,  junto  con  otro  de  tus
      vasallos más veloces. Es menester que volemos más raudos que todos los vientos,
      superando a las alas de los Nazgûl.
        —Sopla  el  Viento  del  Norte  —dijo  Gwaihir—,  pero  lo  venceremos.  —Y
      levantó a Gandalf y voló rumbo al sur, seguido por Landroval, y por el joven y
      veloz  Meneldor.  Y  volando  pasaron  sobre  Udûn  y  Gorgoroth,  y  vieron  toda  la
      tierra destruida y en ruinas, y ante ellos el Monte del Destino, que humeaba y
      vomitaba fuego.
      —Me hace feliz que estés aquí conmigo —dijo Frodo—. Aquí al final de todas las
      cosas, Sam.
        —Sí,  estoy  con  usted,  mi  amo  —dijo  Sam,  con  la  mano  herida  de  Frodo
      suavemente  apretada  contra  el  pecho—.  Y  usted  está  conmigo.  Y  el  viaje  ha
      terminado.  Pero  después  de  haber  andado  tanto,  no  quiero  aún  darme  por
      vencido. No sería yo, si entiende lo que le quiero decir.
        —Tal vez no, Sam —dijo Frodo—, pero así son las cosas en el mundo. La
      esperanza se desvanece. Se acerca el fin. Ahora sólo nos queda una corta espera.
      Estamos  perdidos  en  medio  de  la  ruina  y  de  la  destrucción,  y  no  tenemos
      escapatoria.
        —Bueno, mi amo, de todos modos podríamos alejarnos un poco de este lugar
      tan peligroso, de esta Grieta del Destino, si así se llama. ¿No le parece? Venga,
      señor Frodo, bajemos al menos al pie de este sendero.
        —Está bien, Sam, si ése es tu deseo, yo te acompañaré —dijo Frodo; y se
      levantaron  y  lentamente  bajaron  la  cuesta  sinuosa;  y  cuando  llegaban  al
      vacilante pie de la montaña, los Sammath Naur escupieron un chorro de vapor y
      humo y el flanco del cono se resquebrajó, y un vómito enorme e incandescente
      rodó en una cascada lenta y atronadora por la ladera oriental de la montaña.
        Frodo y Sam no pudieron seguir avanzando. Las últimas energías del cuerpo
      y de la mente los abandonaban con rapidez. Se habían detenido en un montículo
      de cenizas  al  pie  de  la montaña;  y  desde  allí no  había  ninguna  vía  de escape.
      Ahora era como una isla, pero no resistiría mucho tiempo más, en medio de los
      estertores del Orodruin. La tierra se agrietaba por doquier, y de las fisuras y de
      los  pozos  insondables  saltaban  cataratas  de  humo  y  de  vapores.  Detrás,  la
      montaña se contraía atormentada. Grandes heridas rojas se abrían en los flancos,
      mientras  ríos  de  fuego  descendían  lentos  hacia  ellos.  No  tardarían  mucho  en
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