Page 1068 - El Señor de los Anillos
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Y por fin, cuando el sol descendía del cénit y alargaba las sombras de los árboles,
el juglar terminó su canción:
—¡Alabados sean con grandes alabanzas! —dijo, y se hincó de rodillas. Y
entonces Aragorn se puso de pie, y el ejército entero lo siguió, y todos se
encaminaron a los pabellones que habían sido preparados para comer y beber y
festejar hasta el final del día.
A Frodo y a Sam los condujeron a una tienda, donde luego de quitarles los
viejos ropajes, que sin embargo doblaron y guardaron con honores, los vistieron
con lino limpio. Y entonces llegó Gandalf, y ante el asombro de Frodo, traía en
los brazos la espada y la capa élficas y la cota de malla de mithril que le fueran
robadas en Mordor. Y para Sam traía una cota de malla dorada, y la capa élfica,
limpia ahora de todas las manchas y daños; y depositó dos espadas a los pies de
los hobbits.
—Yo no deseo llevar una espada —dijo Frodo.
—Tendrás que llevarla al menos esta noche —dijo Gandalf. Frodo tomó
entonces la espada pequeña, la que fuera de Sam y que había quedado junto a él
en Cirith Ungol.
—Dardo es tuya, Sam —dijo—. Yo mismo te la di.
—¡No, mi amo! El señor Bilbo se la regaló a usted, y hace juego con la cota
de plata; a él no le gustaría que otro la usara ahora.
Frodo cedió; y Gandalf, como si fuera el escudero de los dos, se arrodilló y
les ciñó las hojas; y luego les puso sobre las cabezas unas pequeñas diademas de
plata. Y así ataviados se encaminaron al festín; y se sentaron a la mesa del Rey
con Gandalf, y el Rey Eomer de Rohan, y el Príncipe Imrahil y todos los
grandes capitanes; y también Gimli y Legolas estaban con ellos.
Y cuando después del Silencio Ritual trajeron el vino, dos escuderos entraron
para servir a los reyes; o escuderos parecían al menos: uno vestía la librea negra
y plateada de los Guardias de Minas Tirith, y el otro de verde y de blanco. Y
Sam se preguntó qué harían dos mozalbetes como aquellos en un ejército de
hombres fuertes y poderosos. Y entonces, cuando se acercaron, los vio de pronto
más claramente, y exclamó:
—¡Mire, señor Frodo! ¡Mire! ¿No es Pippin? ¡El señor Peregrin Tuk, tendría
que decir, y el señor Merry! ¡Cuánto han crecido! ¡Córcholis! Veo que además
de la nuestra hay otras historias para contar.
—Claro que las hay —dijo Pippin volviéndose hacia él—. Y empezaremos no
bien termine este festín. Mientras tanto, puedes probar suerte con Gandalf. Ya no
es tan misterioso como antes, aunque ahora se ríe más de lo que habla. Por el
momento, Merry y yo estamos ocupados. Somos caballeros de la Ciudad y de la
Marca, como espero habrás notado.