Page 1072 - El Señor de los Anillos
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                     El Senescal y el Rey
      L a Ciudad de Gondor había vivido en la incertidumbre y un gran miedo. El buen
      tiempo y el sol límpido parecían burlarse de los hombres que ya casi no tenían
      ninguna  esperanza,  y  sólo  aguardaban  cada  mañana  noticias  de  perdición.  El
      Senescal había muerto abrasado por las llamas, muerto yacía el Rey de Rohan
      en la Ciudadela, y el nuevo rey, que había entrado en la noche, había vuelto a
      partir a una guerra contra potestades demasiado oscuras y terribles para esperar
      poder doblegarlas sólo con el valor y la entereza. Y no se recibían noticias. Desde
      que el ejército partiera del Valle de Morgul por el camino del norte, a la sombra
      de las montañas, ningún mensajero había regresado, ni habían llegado rumores
      de lo que acontecía en el Este amenazante. Cuando hacía apenas dos días que
      habían  partido,  la  Dama  Eowyn  rogó  a  las  mujeres  que  la  cuidaban  que  le
      trajesen sus ropas, y nadie pudo disuadirla: se levantó, y cuando la vistieron, con
      el brazo sostenido en un cabestrillo de lienzo, se presentó ante el Mayoral de las
      Casas de Curación.
        —Señor —dijo—, siento una profunda inquietud y no puedo seguir ociosa por
      más tiempo.
        —Señora  —respondió  el  Mayoral—,  aún  no  estáis  curada,  y  se  me
      encomendó  que  os  atendiera  con  especial  cuidado.  No  tendríais  que  haberos
      levantado hasta dentro de siete días, o esa fue en todo caso la orden que recibí. Os
      ruego que volváis a vuestra estancia.
        —Estoy curada —dijo ella—, curada de cuerpo al menos, excepto el brazo
      izquierdo,  que  también  mejora.  Y  si  no  tengo  nada  que  hacer,  volveré  a
      enfermar. ¿No hay noticias de la guerra? Las mujeres no saben decirme nada.
        —No  tenemos  noticias  —dijo  el  Mayoral—,  excepto  que  los  Señores  han
      llegado  al  Valle  de  Morgul;  y  dicen  que  el  nuevo  capitán  venido  del  Norte  es
      ahora el jefe. Es un gran señor, y un curador; extraño me parece que la mano
      que  cura  sea  también  la  que  empuña  la  espada.  No  ocurren  cosas  así  hoy  en
      Gondor, aunque fueran comunes antaño, si las antiguas leyendas dicen la verdad.
      Pero ahora, y desde hace largos años, nosotros los curanderos no hacemos otra
      cosa que reparar las desgarraduras causadas por los hombres de armas. Aunque
      sin ellos tendríamos ya trabajo suficiente: bastantes miserias y dolores hay en el
      mundo sin que las guerras vengan a multiplicarlos.
        —Para que haya guerra, señor Mayoral, basta con un enemigo, no dos —
      respondió Eowyn—. Y aun aquellos que no tienen espada pueden morir bajo una
      espada. ¿Querríais acaso que la gente de Gondor juntara sólo hierbas, mientras el
      Señor Oscuro junta ejércitos? Y no siempre lo bueno es estar curado del cuerpo.
      Ni tampoco es siempre lo malo morir en la batalla, aun con grandes sufrimientos.
      Si me fuera permitido, en esta hora oscura yo no vacilaría en elegir lo segundo.
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