Page 1070 - El Señor de los Anillos
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un día que estás levantado y que saliste por primera vez. Así que ahora te irás a la
      cama. Y yo también.
        —Y  yo  —dijo  Legolas—  iré  a  caminar  por  los  bosques  de  esta  tierra
      hermosa, que para mí es descanso suficiente. En días por venir, si el señor de los
      elfos  lo  permite,  algunos  de  nosotros  vendremos  a  morar  aquí,  y  cuando
      lleguemos  estos  lugares  serán  bienaventurados,  por  algún  tiempo.  Por  algún
      tiempo: un mes, una vida, un siglo de los hombres. Pero el Anduin está cerca, y
      el Anduin conduce al Mar. ¡Al Mar!
       ¡Al Mar, al Mar! Claman las gaviotas blancas.
       El viento sopla y la espuma blanca vuela.
       Lejos al Oeste se pone el Sol redondo.
       Navío gris, navío gris ¿no escuchas la llamada,
       las voces de los míos que antes que yo partieron?
       Partiré, dejaré los bosques donde vi la luz;
       nuestros días se acaban, nuestros años declinan.
       Surcaré siempre solo las grandes aguas.
       Largas son las olas que se estrellan en la playa última,
       dulces son las voces que me llaman desde la Isla Perdida.
       En Eresséa, el hogar de los elfos que los hombres nunca descubrirán.
       Donde las hojas no caen: la tierra de los míos para siempre.
        Y así, cantando, Legolas se alejó colina abajo.
      Entonces también los otros se separaron, y Frodo y Sam volvieron a sus lechos y
      durmieron.  Y  por  la  mañana  se  levantaron,  tranquilos  y  esperanzados,  y  se
      quedaron muchos días en Ithilien. Y desde el campamento, instalado ahora en el
      Campo de Cormallen, en las cercanías de Henneth Annûn, oían por la noche el
      agua  que  caía  impetuosa  por  las  cascadas  y  corría  susurrando  a  través  de  la
      puerta de roca para fluir por las praderas en flor y derramarse en las tumultuosas
      aguas del Anduin, cerca de la isla de Cair Andros. Los hobbits paseaban por aquí
      y  por  allá,  visitando  de  nuevo  los  lugares  donde  ya  habían  estado;  y  Sam  no
      perdía  la  esperanza  de  ver  aparecer,  entre  la  fronda  de  algún  bosque  o  en  un
      claro  secreto,  el  gran  olifante.  Y  cuando  supo  que  muchas  de  aquellas  bestias
      habían participado en la batalla de Gondor, y que todas habían sido exterminadas,
      lo lamentó de veras.
        —Y bueno, uno no puede estar en todas partes al mismo tiempo —dijo—.
      Pero por lo que parece, me he perdido de ver un montón de cosas.
      Entretanto  el  ejército  se  preparaba  a  regresar  a  Minas  Tirith.  Los  fatigados
      descansaban y los heridos eran curados. Porque algunos habían tenido que luchar
      con denuedo antes de desbaratar la resistencia postrera de los Hombres del Este
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