Page 1075 - El Señor de los Anillos
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suave. Pero os agradezco que me permitáis al menos no permanecer encerrada
      en mi estancia. Por la gracia del Senescal de la Ciudad podré caminar al aire
      libre.
        Y con una reverencia dio media vuelta y regresó a la casa. Pero Faramir
      continuó caminando a solas por el jardín durante largo rato, y ahora volvía los
      ojos más a menudo a la casa que a los muros del este.
      Cuando estuvo de nuevo en su habitación, Faramir mandó llamar al Mayoral e
      hizo que le contase todo cuanto sabía acerca de la Dama de Rohan.
        —Sin  embargo,  señor  —dijo  el  Mayoral—,  mucho  más  podría  deciros  sin
      duda el mediano que está con nosotros; porque él era parte de la comitiva del
      Rey, y según dicen estuvo con la Dama al final de la batalla.
        Y  Merry  fue  entonces  enviado  a  Faramir,  y  mientras  duró  aquel  día
      conversaron largamente, y Faramir se enteró de muchas cosas, más de las que
      Merry  dijo  con  palabras;  y  le  pareció  comprender  en  parte  la  tristeza  y  la
      inquietud  de  Eowyn  de  Rohan.  Y  en  el  atardecer  luminoso  Faramir  y  Merry
      pasearon juntos por el jardín, pero no vieron a la Dama aquella noche.
        Pero a la mañana siguiente, cuando Faramir salió de las casas, la vio, de pie
      en lo alto de las murallas; estaba toda vestida de blanco y resplandecía al sol. La
      llamó,  y  ella  descendió,  y  juntos  pasearon  por  la  hierba,  y  se  sentaron  a  la
      sombra de un árbol verde, a ratos silenciosos, a ratos hablando. Y desde entonces
      volvieron a reunirse cada día. Y al Mayoral, que los miraba desde la ventana, y
      que  era  un  Curador,  se  le  alegró  el  corazón;  verlos  juntos  aligeraba  sus
      preocupaciones; y tenía la certeza de que en medio de los temores y presagios
      sombríos que en aquellos días oprimían a todos, ellos, entre los muchos que él
      cuidaba, mejoraban y ganaban fuerza hora tras hora.
        Y  llegó  así  el  quinto  día  desde  aquel  en  que  la  Dama  Eowyn  fuera  por
      primera vez a ver a Faramir; y de nuevo subieron juntos a las murallas de la
      ciudad  y  miraron  en  lontananza.  Todavía  no  se  habían  recibido  noticias  y  los
      corazones  de  todos  estaban  ensombrecidos.  Ahora  tampoco  el  tiempo  se
      mostraba apacible. Hacía frío. Un viento que se había levantado durante la noche
      soplaba  inclemente  desde  el  norte,  y  aumentaba,  y  las  tierras  de  alrededor
      estaban lóbregas y grises.
        Se  habían  vestido  con  prendas  de  abrigo  y  mantos  pesados,  y  la  Dama
      Eowyn estaba envuelta en un amplio manto azul, como una noche profunda de
      estío,  adornado  en  el  cuello  y  el  ruedo  con  estrellas  de  plata.  Faramir  había
      mandado que trajeran el manto y se lo había puesto a ella sobre los hombros; y
      la vio hermosa y una verdadera reina allí de pie junto a él. Lo habían tejido para
      Findullas de Amroth, la madre de Faramir, muerta en la flor de la edad, y era
      para él como un recuerdo de una dulce belleza lejana, y de su primer dolor. Y el
      manto le parecía adecuado a la hermosura y la tristeza de Eowyn.
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