Page 1076 - El Señor de los Anillos
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Pero ella se estremeció de pronto bajo el manto estrellado, y miró al norte,
      más  allá  de  las  tierras  grises,  hacia  el  ojo  del  viento  frío,  donde  el  cielo  era
      límpido y yerto.
        —¿Qué buscáis, Eowyn? —preguntó Faramir.
        —¿No queda acaso en esa dirección la Puerta Negra? —dijo ella—. ¿Y no
      estará él por llegar allí? Siete días hace que partió.
        —Siete días —dijo Faramir—. No penséis mal de mí si os digo: a mí me han
      traído a la vez una alegría y una pena que ya no esperaba conocer. La alegría de
      veros; pero pena, porque los temores y las dudas de estos tiempos funestos se han
      vuelto más sombríos que nunca. Eowyn, no quisiera que este mundo terminase
      ahora, y perder tan pronto lo que he encontrado.
        —¿Perder lo que habéis encontrado, señor? —respondió ella; y clavó en él
      una mirada grave pero bondadosa—. Ignoro qué habéis encontrado en estos días,
      y qué podríais perder. Pero os lo ruego, no hablemos de eso, amigo mío. ¡No
      hablemos más! Estoy al borde de un terrible precipicio y en el abismo que se
      abre a mis pies, la oscuridad es profunda, y no sé si a mis espaldas hay alguna
      luz. Porque aún no puedo volverme. Espero un golpe del destino.
        —Sí, esperemos el golpe del destino —dijo Faramir. Y no hablaron más; y
      mientras permanecían allí, de pie sobre el muro, les pareció que el viento moría,
      que la luz se debilitaba y se oscurecía el sol; que cesaban todos los rumores de la
      ciudad y las tierras cercanas: el viento, las voces, los reclamos de los pájaros, los
      susurros de las hojas; ni respirar se oían; hasta los corazones habían dejado de
      latir. El tiempo se había detenido.
        Y  mientras  esperaban,  las  manos  de  los  dos  se  encontraron  y  se  unieron,
      aunque ellos no lo sabían. Y así siguieron, esperando sin saber qué esperaban.
      Entonces,  de  improviso,  les  pareció  que  por  encima  de  las  crestas  de  las
      montañas  distantes  se  alzaba  otra  enorme  montaña  de  oscuridad  envuelta  en
      relámpagos, se agigantaba y ondulaba como una marea que quisiera devorar el
      mundo. Un temblor estremeció la tierra y los muros de la ciudad trepidaron. Un
      sonido  semejante  a  un  suspiro  se  elevó  desde  los  campos  de  alrededor,  y  de
      pronto los corazones les latieron de nuevo.
        —Esto me recuerda a Númenor dijo Faramir, y le asombró oírse hablar.
        —¿Númenor? —repitió Eowyn.
        —Sí —dijo Faramir, el país del Oesternesse que se hundió en los abismos, y
      la enorme ola oscura que inundó todos los prados verdes y todas las colinas, y
      que avanzaba como una oscuridad inexorable. A menudo sueño con ella.
        —¿Entonces  creéis  que  ha  llegado  la  Oscuridad?  —dijo  Eowyn—.  ¿La
      Oscuridad Inexorable? —Y en un impulso repentino se acercó a él.
        —No —dijo Faramir mirándola a la cara—. Fue una imagen que tuve. No sé
      qué está pasando. La razón y la mente me dicen que ha ocurrido una terrible
      catástrofe y que se aproxima el fin de los tiempos. Pero el corazón me dice lo
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