Page 1062 - El Señor de los Anillos
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adversarios vacilantes, abriéndose paso con el filo implacable de las lanzas. Pero
      Gandalf alzó los brazos y una vez más los exhortó con voz clara.
        —¡Deteneos, Hombres del Oeste! ¡Deteneos y esperad! Ha sonado la hora
      del destino.
        Y aun mientras pronunciaba estas palabras, la tierra se estremeció bajo los
      pies de los hombres, una vasta oscuridad llameante invadió el cielo, y se elevó
      por encima de las Torres de la Puerta Negra, más alta que las montañas. Tembló
      y gimió la tierra. Las Torres de los Dientes se inclinaron, vacilaron un instante y
      se  desmoronaron;  en  escombros  se  desplomó  la  poderosa  muralla;  la  Puerta
      Negra saltó en ruinas, y desde muy lejos, ora apagado, ora creciente, trepando
      hasta las nubes, se oyó un tamborileo sordo y prolongado, un estruendo, los largos
      ecos de un redoble de destrucción y ruina.
      —¡El reino de Sauron ha sucumbido! —dijo Gandalf—. El Portador del Anillo ha
      cumplido la Misión. —Y al volver la mirada hacia el sur, hacia el país de Mordor,
      los  Capitanes  creyeron  ver,  negra  contra  el  palio  de  las  nubes,  una  inmensa
      forma  de  sombra  impenetrable,  coronada  de  relámpagos,  que  invadía  toda  la
      bóveda del cielo; se desplegó gigantesca sobre el mundo, y tendió hacia ellos una
      gran mano amenazadora, terrible pero impotente: porque en el momento mismo
      en que empezaba a descender, un viento fuerte la arrastró y la disipó; y siguió un
      silencio profundo.
      Los Capitanes del Oeste bajaron entonces las cabezas; y cuando las volvieron a
      alzar he aquí que los enemigos se dispersaban en fuga y el poder de Mordor se
      deshacía como polvo en el viento. Así como las hormigas que cuando ven morir
      a la criatura despótica y malévola que las tiene sometidas en la colina pululante,
      echan a andar sin meta ni propósito, y se dejan morir, así también las criaturas
      de Sauron, orcos y trolls, y bestias hechizadas, corrían despavoridas de un lado a
      otro; y algunas se dejaban morir o se mataban entre ellas, otras se arrojaban a
      los  fosos,  o  huían  gimiendo  a  esconderse  en  agujeros  oscuros,  lejos  de  toda
      esperanza.  Pero  los  hombres  de  Rhûn  y  de  Harad,  los  del  Este  y  los  Sureños,
      viendo  la  gran  majestad  de  los  Capitanes  del  Oeste,  daban  ya  por  perdida  la
      guerra. Y los que por más largo tiempo habían estado al servicio de Mordor, los
      que  más  se  habían  sometido  a  aquella  servidumbre,  aquellos  que  odiaban  al
      Oeste, y eran aún arrogantes y temerarios, se unieron decididos a dar una última
      batalla desesperada. Pero los demás huían hacia el este; y algunos arrojaban las
      armas e imploraban clemencia.
        Entonces Gandalf, dejando la conducción de la batalla en manos de Aragorn
      y de los otros capitanes, llamó desde la colina; y la gran águila Gwaihir, el Señor
      de los Vientos, descendió y se posó a los pies del mago.
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