Page 1120 - El Señor de los Anillos
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ponga en el lugar que le corresponde.
        Entre los hobbits que estaban del otro lado de la puerta se hizo un silencio.
        —No le hará bien a nadie hablando de esa manera —dijo uno—. Llegarán a
      oídos de él. Y si meten tanta bulla despertarán al Hombre Grande que ayuda al
      Jefe.
        —Lo despertaremos de una forma que lo sorprenderá —dijo Merry—. Si lo
      que  quieres  decir  es  que  ese  maravilloso  Jefe  tiene  rufianes  a  sueldo  venidos
      quién sabe de dónde, entonces no hemos regresado demasiado pronto. —Se apeó
      del poney de un salto, y al ver el letrero a la luz de las linternas, lo arrancó y lo
      arrojó del otro lado de la puerta. Los hobbits retrocedieron, sin dar señales de
      decidirse a abrir—. Adelante, Pippin —dijo Merry—. Con nosotros dos bastará.
        Merry  y  Pippin  se  encaramaron  a  la  puerta,  y  los  hobbits  huyeron
      precipitadamente. Sonó otro cuerno. En la casa más grande, la de la derecha, una
      figura pesada y corpulenta se recortó bajo la luz del portal.
        —¿Qué  significa  todo  esto?  —gruñó,  mientras  se  acercaba—.  Conque
      violando la entrada ¿eh? ¡Largo de aquí o los acogotaré a todos! —Se detuvo de
      golpe, al ver el brillo de las espadas.
        —Bill Helechal —dijo Merry—, si dentro de diez segundos no has abierto esa
      puerta, tendrás que arrepentirte. Conocerás el frío de mi acero, si no obedeces. Y
      cuando la hayas abierto te irás por ella y no volverás nunca más. Eres un rufián
      y un bandolero.
        Bill Helechal, acobardado, se arrastró hasta la puerta y la abrió.
        —¡Dame la llave! —dijo Merry. El bandido se la arrojó a la cabeza y escapó
      hacia la oscuridad. Cuando pasaba junto a los poneys, uno de ellos le lanzó una
      coz  que  lo  alcanzó  en  plena  carrera.  Con  un  alarido  se  perdió  en  la  noche,  y
      nunca más volvió a saberse de él.
        —Buen trabajo, Bill —dijo Sam, refiriéndose al poney.
        —Allá va el famoso Hombre Grande —dijo Merry—. Más tarde iremos a
      ver  al  Jefe.  Lo  que  ahora  queremos  es  alojamiento  por  esta  noche,  y  como
      parece que han demolido la Posada del Puente, para levantar este caserío tétrico,
      ustedes tendrán que acomodarnos.
        —Lo siento, señor Merry —dijo Hob—, pero no está permitido.
        —¿Qué no está permitido?
        —Alojar huéspedes imprevistos, y consumir alimentos de más, y esas cosas
      —dijo Hob.
        —¿Qué diantre pasa? —dijo Merry—. ¿Han tenido un año malo, o qué? Creía
      que el verano había sido espléndido, y la cosecha óptima.
        —Bueno, sí, el año fue bastante bueno —dijo Hob—. Cultivamos mucho y de
      todo,  pero  no  sabemos  a  dónde  va  a  parar.  Son  esos  « recolectores»   y
      « repartidores» ,  supongo,  que  andan  por  aquí  contando  y  midiendo  y
      llevándoselo  todo  para  almacenarlo.  Es  más  lo  que  recolectan  que  lo  que
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