Page 1125 - El Señor de los Anillos
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La  última  persona  con  quien  se  cruzaron  al  pasar  fue  un  viejo  campesino
      robusto que estaba podando un cerco.
        —¡Hola, hola! —gritó con sorna—. ¿Ahora quién ha arrestado a quién?
        Dos de los oficiales se separaron inmediatamente del grupo y fueron hacia el
      anciano.
        —¡Jefe! —dijo Merry—. ¡Ordéneles a esos dos que vuelvan a la fila, si no
      quiere que yo me encargue de ellos!
        A una orden cortante del cabecilla los dos hobbits volvieron malhumorados.
        —Y ahora ¡adelante! —dijo Merry, y a partir de ese momento los jinetes
      marcharon  a  un  trote  bastante  acelerado,  como  para  obligar  a  los  oficiales  a
      seguirlos  a  todo  correr.  Salió  el  sol,  y  a  pesar  del  viento  frío  pronto  estaban
      sudando y resollando.
        En la Piedra de las Tres Cuadernas se dieron por vencidos. Habían caminado
      casi catorce millas con un solo descanso al mediodía. Ahora eran las tres de la
      tarde.  Estaban  hambrientos,  tenían  los  pies  hinchados  y  doloridos  y  no  podían
      seguir a ese paso.
        —¡Y bien, tómense todo el tiempo que necesiten! —dijo Merry—. Nosotros
      continuamos.
        —¡Adiós, Robin! —dijo Sam—. Te esperaré en la puerta de El Dragón Verde,
      si no has olvidado dónde está. ¡No te distraigas por el camino!
        —Esto  es  una  infracción,  una  infracción  al  arresto  —dijo  el  Jefe  con
      desconsuelo—, y no respondo por las consecuencias.
        —Todavía pensamos cometer muchas otras infracciones, y no le pediremos
      que responda —dijo Pippin—. ¡Buena suerte!
      Los viajeros continuaron al trote, y cuando el sol empezó a descender hacia las
      Lomas Blancas, lejano sobre la línea del horizonte, llegaron a Delagua y al gran
      lago de la villa; y allí recibieron el primer golpe verdaderamente doloroso. Eran
      las tierras de Frodo y de Sam, y ahora sabían que no había en el mundo un lugar
      más querido para ellos. Muchas de las casas que habían conocido ya no existían.
      Algunas  parecían  haber  sido  incendiadas.  La  encantadora  hilera  de  negras
      cuevas hobbits en la margen norte del lago parecía abandonada, y los jardines
      que  antaño  descendían  hasta  el  borde  del  agua  habían  sido  invadidos  por  las
      malezas. Peor aún, había toda una hilera de lóbregas casas nuevas a la orilla del
      lago, a la altura en que el camino de Hobbiton corría junto al agua. Allí antes
      había  habido  un  sendero  con  árboles.  Ahora  todos  los  árboles  habían
      desaparecido.  Y  cuando  miraron  consternados  el  camino  que  subía  a  Bolsón
      Cerrado, vieron a la distancia una alta chimenea de ladrillos. Vomitaba un humo
      negro en el aire del atardecer.
        Sam estaba fuera de sí.
        —¡Yo marcho adelante, señor Frodo! —gritó—. Voy a ver qué está pasando.
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