Page 1129 - El Señor de los Anillos
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queda muy poco tiempo.
        » Sam, ve tú de una corrida a la Granja de Coto, si quieres. Es el personaje
      más importante de por aquí, y el más decidido. ¡Vamos! Voy a tocar el cuerno
      de Rohan, y les haré escuchar una música como nunca en la vida habían oído.
      Cabalgaron de regreso al centro de la aldea. Allí Sam dobló y partió al galope por
      el sendero que conducía al sur, a casa de los Coto. No se había alejado mucho
      cuando oyó de pronto la clara llamada de un cuerno que se elevaba vibrando.
      Resonó a lo lejos más allá de las colinas y de los campos; y era tan imperiosa
      aquella llamada que el propio Sam estuvo a punto de dar media vuelta y regresar
      a la carrera. El poney se encabritó y relinchó.
        —¡Adelante, muchacho! ¡Adelante! —le gritó Sam—. Pronto regresaremos.
        Un instante después notó que Merry cambiaba de tono, y el Toque de Alarma
      de Los Gamos se elevó, estremeciendo el aire.
               ¡DESPERTAD! ¡DESPERTAD! ¡PELIGRO!
                ¡FUEGO! ¡ENEMIGOS! ¡DESPERTAD!
                ¡FUEGO! ¡ENEMIGOS! ¡DESPERTAD!
        Sam oyó a sus espaldas una batahola de voces y el estrépito de puertas que se
      cerraban de golpe. Delante de él se encendían luces en el anochecer; los perros
      ladraban; había rumor de pasos precipitados. No había llegado aún al fondo del
      sendero, cuando vio al granjero Coto que corría a encontrarlo acompañado por
      tres de sus hijos, el joven Tom, Alegre y Nic. Llevaban hachas, y le cerraron el
      paso.
        —¡No! No es uno de esos bandidos —dijo la voz grave del granjero—. Por la
      estatura parece un hobbit, pero está vestido de una manera estrafalaria. ¡Eh! —
      gritó—. ¿Quién eres, y a qué viene todo este alboroto?
        —Soy Sam, Sam Gamyi. Estoy de vuelta.
        El granjero Coto se le acercó y lo observó un rato en la penumbra.
        —¡Bien! —exclamó—. La voz es la misma, y tu cara no se ve peor de lo que
      era,  Sam.  Pero  no  te  habría  reconocido  en  la  calle,  con  esa  vestimenta.  Has
      estado por el extranjero, dicen. Te dábamos por muerto.
        —¡Eso sí que no! —dijo Sam—. Ni tampoco el señor Frodo. Está aquí con sus
      amigos.  Y  esto  mismo  es  la  causa  de  todo  el  alboroto.  Están  sublevando  a  la
      población  de  la  Comarca.  Vamos  a  echar  de  aquí  a  todos  esos  rufianes,  y
      también al Jefe que tienen. Ya estamos empezando.
        —¡Bien, bien! —exclamó el granjero Coto—. ¡Así que la cosa ha empezado,
      por  fin!  De  un  año  a  esta  parte,  me  ardía  la  sangre,  pero  la  gente  no  quería
      ayudar. Y  yo  tenía  que  pensar en  mi  mujer  y en  Rosita.  Estos  rufianes  no  se
      arredran  ante  nada.  ¡Pero  vamos  ya,  muchachos!  ¡Delagua  se  ha  rebelado!
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