Page 1126 - El Señor de los Anillos
P. 1126

Quiero encontrar al Tío.
        —Antes  nos  convendría  saber  qué  nos  espera,  Sam  —dijo  Merry—.
      Sospecho que el « Jefe»  ha de tener una pandilla de rufianes al alcance de la
      mano. Necesitaríamos encontrar a alguien que nos diga cómo andan las cosas
      por estos parajes.
        Pero en la aldea de Delagua todas las casas y las cavernas estaban cerradas
      y nadie salió a saludarlos. Esto les sorprendió, pero no tardaron en descubrir el
      motivo.  Cuando  llegaron  a  El  Dragón  Verde,  el  último  edificio  del  camino  a
      Hobbiton, ahora desierto y con los vidrios rotos, les alarmó ver una media docena
      de hombres corpulentos y malcarados que holgazaneaban, recostados contra la
      pared de la taberna; tenían la piel cetrina y la mirada torcida y taimada.
        —Como aquel amigo de Bill Helechal en Bree —dijo Sam.
        —Como muchos de los que vi en Isengard —murmuró Merry.
      Los bandidos empuñaban garrotes y llevaban cuernos colgados del cinturón, pero
      por lo visto no tenían otras armas. Al ver a los viajeros se apartaron del muro, y
      atravesándose en el camino, les cerraron el paso.
        —¿A dónde creéis que vais? —dijo uno, el más corpulento y de aspecto más
      maligno—.  Para  vosotros,  el  camino  se  interrumpe  aquí.  ¿Y  dónde  están  esos
      bravos oficiales?
        —Vienen  caminando  despacio  —dijo  Merry—.  Con  los  pies  un  poco
      doloridos, quizá. Les prometimos esperarlos aquí.
        —Garn ¿qué os dije? —dijo el bandido volviéndose a sus compañeros—. Le
      dije a Zarquino que no se podía confiar en esos pequeños imbéciles. Tenían que
      haber enviado a algunos de los nuestros.
        —¿Y eso en qué habría cambiado las cosas? —dijo Merry—. En este país no
      estamos acostumbrados a los bandoleros, pero sabemos cómo tratarlos.
        —Bandoleros  ¿eh?  —dijo  el  hombre—.  No  me  gusta  nada  ese  tono.  O  lo
      cambias, o te lo cambiaremos. A vosotros, la gente pequeña, se os han subido los
      humos a la cabeza. No confiéis demasiado en el buen corazón del Jefe. Ahora ha
      venido Zarquino, y él hará lo que Zarquino diga.
        —¿Y qué puede ser eso? —preguntó Frodo con calma.
        —Este  país  necesita  que  alguien  lo  despierte  y  lo  haga  marchar  como  es
      debido —dijo el otro—, y eso es lo que Zarquino hará; y con mano dura, si lo
      obligan. Necesitáis un Jefe más grande. Y lo tendréis antes que acabe el año, si
      hay nuevos disturbios. Entonces aprenderéis un par de cosas, ratitas miserables.
        —Me alegra de veras conocer vuestros planes —dijo Frodo—. Ahora mismo
      iba  a  hacerle  una  visita  al  señor  Otho,  y  es  muy  posible  que  también  a  él  le
      interese conocerlos.
        El bandido se echó a reír.
        —¡Otho! Los conoce muy bien. No te preocupes. El hará lo que Zarquino
   1121   1122   1123   1124   1125   1126   1127   1128   1129   1130   1131