Page 1127 - El Señor de los Anillos
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diga. Porque si un Jefe crea problemas, nosotros nos encargamos de cambiarlo.
      ¿Entiendes? Y si la gente pequeña trata de meterse donde no la llaman, sabemos
      cómo sacarlos del medio. ¿Entiendes?
        —Sí, entiendo —dijo Frodo—. Para empezar, entiendo que estáis atrasados,
      atrasados de noticias. Han sucedido muchas cosas desde que abandonasteis el Sur.
      Tu tiempo ya ha pasado, y el de todos los demás rufianes. La Torre Oscura ha
      sucumbido,  y  en  Gondor  hay  un  Rey.  E  Isengard  ha  sido  destruida  y  vuestro
      preciado amo es ahora un mendigo errante en las tierras salvajes. Me crucé con
      él  por  el  camino.  Ahora  serán  los  mensajeros  del  Rey  los  que  remontarán  el
      Camino Verde, no los matones de Isengard.
        El hombre le clavó la mirada y sonrió.
        —¡Un mendigo errante de las tierras salvajes! —dijo con sarcasmo—. ¿De
      veras?  Pavonéate  si  quieres,  renacuajo  presumido.  De  todas  maneras  no
      pensamos movernos de este amable país donde ya habéis holgazaneado de sobra.
      ¡Mensajeros del Rey! —Chasqueó los dedos en las narices de Frodo—. ¡Mira lo
      que me importa! Cuando vea uno, tal vez me fije en él.
        Aquello colmó la medida para Pippin. Pensó en el Campo de Cormallen, y
      aquí  había  un  rufián  de  mirada  oblicua  que  se  atrevía  a  tildar  de  « renacuajo
      presumido»   al  Portador  del  Anillo.  Echó  atrás  la  capa,  desenvainó  la  espada
      reluciente, y la plata y el sable de Gondor centellearon cuando avanzó montado
      en el caballo.
        —Yo soy un mensajero del Rey —dijo—. Le estás hablando al amigo del
      Rey,  y  a  uno  de  los  más  renombrados  en  todos  los  países  del  Oeste.  Eres  un
      rufián y un imbécil. Ponte de rodillas en el camino y pide perdón, o te traspasaré
      con este acero, perdición de los trolls.
        La  espada  relumbró  a  la  luz  del  poniente.  También  Merry  y  Sam
      desenvainaron las espadas, y se adelantaron, prontos a respaldar el desafío de
      Pippin; pero Frodo no se movió. Los bandidos retrocedieron. Hasta entonces, se
      habían limitado a amedrentar e intimidar a los campesinos de Bree, y a maltratar
      a los azorados hobbits. Hobbits temerarios de espadas brillantes y miradas torvas
      eran una sorpresa inesperada. Y las voces de estos recién llegados tenían un tono
      que ellos nunca habían escuchado. Los helaba de terror.
        —¡Largaos!  —dijo  Merry—.  Si  volvéis  a  turbar  la  paz  de  esta  aldea,  lo
      lamentaréis.
        Los  tres  hobbits  avanzaron,  y  los  bandidos  dieron  media  vuelta  y  huyeron
      despavoridos por el Camino de Hobbiton; pero mientras corrían hicieron sonar los
      cuernos.
        —Bueno,  es  evidente  que  no  hemos  regresado  demasiado  pronto  —dijo
      Merry.
        —Ni  un  día.  Tal  vez  demasiado  tarde,  al  menos  para  salvar  a  Otho  —dijo
      Frodo—. Es un pobre imbécil, pero le tengo lástima.
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