Page 1132 - El Señor de los Anillos
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—¡Un hurra por los Tuk! —gritó Pippin. Pero ahora alguien tendrá que entrar.
      Me voy a los Smials. ¿Alguien desea acompañarme a Alforzaburgo?
        Pippin  partió  con  una  media  docena  de  muchachos,  todos  montados  en
      poneys.
        —¡Hasta pronto! —gritó—. A campo traviesa hay sólo unas catorce millas.
      Por la mañana estaré de vuelta con todo un ejército de Tuks.
        Desaparecieron en la oscuridad, mientras la gente los aclamaba y Merry los
      despedía con un toque de cuerno.
        —Como quiera que sea —dijo Frodo a todos los que se encontraban alrededor
      —,  no  quiero  que  haya  matanza;  ni  aun  de  los  bandidos,  a  menos  que  sea
      necesario para impedir que dañen a los hobbits.
        —¡De  acuerdo!  —dijo  Merry—.  Pero  creo  que  de  un  momento  a  otro
      tendremos la visita de la pandilla de Hobbiton. Y no van a venir precisamente a
      platicar.  Procuraremos  tratarlos  con  ecuanimidad,  pero  tenemos  que  estar
      preparados para lo peor. Tengo un plan.
        —Muy bien —dijo Frodo—. Tú te encargarás de los preparativos. En aquel
      momento, algunos hobbits que habían sido enviados a Hobbiton, regresaron a todo
      correr.
        —¡Ya llegan! —dijeron—. Una veintena o más, pero dos han tomado hacia el
      oeste a campo traviesa.
        —A  El  Cruce,  me  imagino  —dijo  Coto—,  en  busca  de  refuerzos.  Quince
      millas de ida y quince de vuelta. No vale la pena preocuparse por el momento.
        Merry se apresuró a dar las órdenes. El granjero Coto se encargó de despejar
      las calles, enviando a todo el mundo a casa, excepto a los hobbits de más edad
      que contaban con algún tipo de arma. No tuvieron que esperar mucho. Pronto
      oyeron  voces  ásperas  y  pasos  pesados;  y  en  seguida  vieron  aparecer  todo  un
      pelotón de  bandidos.  Al  ver la  barricada  se  echaron  a reír.  No  les  cabía  en la
      imaginación  que  en  aquel  pequeño  país  hubiese  alguien  capaz  de  enfrentar  a
      veinte como ellos. Los hobbits abrieron la barrera y se hicieron a un lado.
        —¡Gracias! —dijeron los hombres con sorna—. Y ahora, pronto a casa, y a
      dormir,  antes  que  empecemos  con  los  látigos.  —Y  avanzaron  por  la  calle
      vociferando—. ¡Apagad esas luces! ¡Entrad en las casas y quedaos en ellas! De
      lo contrario nos llevaremos a cincuenta y los encerraremos en las Celdas durante
      un año. ¡Adentro! ¡El Jefe está perdiendo la paciencia!
        Nadie hizo ningún caso a aquellas órdenes, pero a medida que los bandidos
      avanzaban, iban cerrando filas detrás de ellos y los seguían. Cuando los hombres
      llegaron a la hoguera, allí estaba el viejo Coto, solo, calentándose las manos.
        —¿Quién  eres  y  qué  estás  haciendo  aquí?  —lo  interpeló  el  cabecilla.  El
      granjero Coto lo observó con una mirada lenta.
        —Justamente iba a preguntarte lo mismo —respondió—. Este no es tu país y
      aquí no te queremos.
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