Page 1153 - El Señor de los Anillos
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Aunque cabalgaron a través de la Comarca durante toda la tarde y toda la
      noche, nadie los vio pasar, excepto las criaturas salvajes de los bosques; o aquí y
      allá algún caminante solitario que vio de pronto entre los árboles un resplandor
      fugitivo, o una luz y una sombra que se deslizaba sobre las hierbas, mientras la
      luna declinaba en el poniente. Y cuando la Comarca quedó atrás y bordeando las
      faldas meridionales de las Lomas Blancas llegaron a las Lomas Lejanas y a las
      Torres, vieron en lontananza el Mar; y así descendieron por fin hacia Mithlond,
      hacia los Puertos Grises en el largo estuario de Lun.
        Cuando llegaron a las Puertas, Cirdan el Guardián de las Naves se adelantó a
      darles la bienvenida. Era muy alto, de barba larga, y todo gris y muy anciano,
      salvo los ojos que eran vivos y luminosos como estrellas; y los miró, y se inclinó
      en una reverencia, y dijo:
        —Todo está pronto.
        Entonces Cirdan los condujo a los Puertos y un navío blanco se mecía en las
      aguas,  y  en  el  muelle,  junto  a  un  gran  caballo  gris,  se  erguía  una  figura  toda
      vestida de blanco que los esperaba. Y cuando se volvió y se acercó a ellos, Frodo
      advirtió que Gandalf llevaba en la mano, ahora abiertamente, el Tercer Anillo,
      Narya el Grande, y la piedra engarzada en él era roja como el fuego. Entonces
      aquellos que se disponían a hacerse a la Mar se regocijaron, porque supieron que
      Gandalf partiría también.
        Pero Sam tenía el corazón acongojado y le parecía que si la separación iba a
      ser amarga, más triste aún sería el solitario camino de regreso. Pero mientras
      aún seguían allí de pie, y los elfos ya subían a bordo, y la nave estaba casi pronta
      para zarpar, Pippin y Merry llegaron, a galope tendido. Y Pippin reía en medio
      de las lágrimas.
        —Ya una vez intentaste tendernos un lazo y te falló, Frodo. Esta vez estuviste a
      punto de conseguirlo, pero te ha fallado de nuevo. Sin embargo, no ha sido Sam
      quien te traicionó esta vez, ¡sino el propio Gandalf!
        —Sí —dijo Gandalf— porque es mejor que sean tres los que regresen y no
      uno solo. Bien, aquí, queridos amigos, a la orilla del Mar, termina por fin nuestra
      comunidad en la Tierra Media. ¡Id en paz! No os diré: no lloréis; porque no todas
      las lágrimas son malas.
        Frodo besó entonces a Merry y a Pippin, y por último a Sam, y subió a bordo;
      y fueron izadas las velas, y el viento sopló, y la nave se deslizó lentamente a lo
      largo del estuario gris; y la luz del frasco de Galadriel que Frodo llevaba en alto
      centelleó y se apagó. Y la nave se internó en la Alta Mar rumbo al Oeste, hasta
      que por fin en una noche de lluvia Frodo sintió en el aire una fragancia y oyó
      cantos  que  llegaban  sobre  las  aguas;  y  le  pareció  que,  como  en  el  sueño  que
      había  tenido  en  la  casa  de  Tom  Bombadil,  la  cortina  de  lluvia  gris  se
      transformaba en plata y cristal, y que el velo se abría y ante él aparecían unas
      playas blancas, y más allá un país lejano y verde a la luz de un rápido amanecer.
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