Page 1151 - El Señor de los Anillos
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apaciblemente entre los primeros árboles.
        —¡Fue  detrás  de  ese  árbol  donde  usted  se  escondió  la  primera  vez  que
      apareció el Jinete Negro, señor Frodo! —dijo Sam, señalando a la izquierda—.
      Ahora parece un sueño.
        Había llegado la noche y las estrellas centelleaban en el cielo del este, cuando
      los compañeros pasaron delante de la encina seca y descendieron la colina entre
      la  espesura  de  los  avellanos.  Sam  estaba  silencioso  y  pensativo.  De  pronto
      advirtió que Frodo iba cantando en voz queda, cantando la misma vieja canción
      de caminantes, pero las palabras no eran del todo las mismas:
       Aún detrás del recodo quizá todavía esperen
       un camino nuevo o una puerta secreta;
       y aunque a menudo pasé sin detenerme,
       al fin llegará un día en que iré caminando
       por esos senderos escondidos que corren
       al oeste de la Luna, al este del Sol.
        Y  como  en  respuesta,  subiendo  por  el  camino  desde  el  fondo  del  valle,
      llegaron voces que cantaban:
       A! Elbereth Gilthoniel
       silivren penna míriel
       o menel aglar elenath,
       Gilthoniel, A! Elbereth!
       Aún recordamos, nosotros que vivimos
       bajo los árboles en esta tierra lejana,
       la luz de las estrellas
       sobre los Mares de Occidente.
        Frodo y Sam se detuvieron y aguardaron en silencio entre las dulces sombras,
      hasta que un resplandor anunció la llegada de los viajeros.
        Y vieron a Gildor y una gran comitiva de hermosa gente élfica, y luego, ante
      los ojos  maravillados  de  Sam, llegaron cabalgando  Elrond  y  Galadriel. Elrond
      vestía un manto gris y lucía una estrella en la frente, y en la mano llevaba un
      arpa de plata, y en el dedo un anillo de oro con una gran pieza azul: Vilya, el más
      poderoso de los tres. Pero Galadriel montaba en un palafrén blanco, envuelta en
      una blancura resplandeciente, como nubes alrededor de la Luna; y ella misma
      parecía irradiar una luz suave. Y tenía en el dedo el anillo forjado de mithril, con
      una sola piedra que centelleaba como una estrella de escarcha. Y cabalgando
      lentamente  en  un  pequeño  poney  gris,  cabeceando  de  sueño  y  como
      adormecido, llegó Bilbo en persona.
        Elrond los saludó con un aire grave y gentil, y Galadriel los miró, con una
      sonrisa.
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