Page 1150 - El Señor de los Anillos
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aquí. Estoy partido en dos.
        —¡Pobre  Sam!  ¡Así  habrás  de  sentirte,  me  temo!  —dijo  Frodo—.  Pero
      curarás pronto. Naciste para ser un hobbit sano e íntegro, y lo serás.
        Durante los dos o tres días siguientes Frodo, con la ayuda de Sam, revisó todos
      los  papeles  y  manuscritos,  y  le  dio  las  llaves.  Había  un  libro  voluminoso
      encuadernado  en  cuero  rojo:  las  páginas  altas  estaban  ahora  casi  llenas.  Al
      principio, había muchas hojas escritas por la mano débil y errabunda de Bilbo,
      pero  la  escritura  apretada  y  fluida  de  Frodo  cubría  casi  todo  el  resto.  El  libro
      había  sido  dividido  en  capítulos;  el  capítulo  80  estaba  inconcluso  y  seguido  de
      varios  folios  en  blanco.  En  la  página  correspondiente  a  la  portada,  había
      numerosos títulos, tachados uno tras otro:
        Mi Diario. Mi Viaje Inesperado. Historia de una Ida y de una Vuelta. Y Qué
      Sucedió  Después.  Aventuras  de  Cinco  Hobbits.  La  Historia  del  Gran  Anillo,
      compilada por Bilbo Bolsón, según las observaciones personales del autor y los
      relatos de sus amigos. Nosotros y la Guerra del Anillo.
        Aquí terminaba la letra de Bilbo y luego Frodo había escrito:
                       LA CAÍDA
                         DEL
                   SEÑOR DE LOS ANILLOS
                          Y
                    EL RETORNO DEL REY
      Tal como los vio la Gente Pequeña; siendo éstas las memorias de Bilbo y de Frodo
      de la Comarca, completadas con las narraciones de sus amigos y la erudición del
                         Sabio.
      Junto con extractos de los Libros de la Tradición, traducidos por Bilbo en Rivendel
        —¡Pero  lo  ha  terminado  casi,  señor  Frodo!  —exclamó  Sam—.  Bueno,  ha
      trabajado en serio.
        —Yo he terminado con lo mío, Sam —dijo Frodo—. Las últimas páginas son
      para ti.
        El veintiuno de septiembre partieron juntos, Frodo montado en el poney en
      que había recorrido todo el camino desde Minas Tirith, y que ahora se llamaba
      Trancos; y Sam en su querido Bill. Era una mañana dorada y hermosa, y Sam no
      preguntó a dónde iban. Creía haberlo adivinado.
        Tomaron por el Camino de Cepeda hasta más allá de las colinas, dejando que
      los  poneys  avanzaran  sin  prisa  rumbo  al  Bosque  Cerrado.  Acamparon  en  las
      Colinas Verdes y el veintidós de septiembre, cuando caía la tarde, descendieron
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