Page 165 - El Señor de los Anillos
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camino, ahora borroso a la luz del atardecer, se alejaba zigzagueando allá abajo;
      corría casi del sudoeste al nordeste y a la derecha caía abruptamente hacia una
      ancha hondonada. Lo atravesaban numerosos surcos y aquí y allá había rastros
      de los últimos chaparrones: charcos y hoyos de agua.
        Descendieron por la pendiente mirando arriba y abajo. No había nada que
      ver.
        —¡Bueno,  aquí  estamos  de  vuelta  al  fin!  —dijo  Frodo—.  ¡El  atajo  por  el
      bosque nos demoró quizá dos días! Pero este atraso puede sernos útil. Quizá nos
      perdieron el rastro.
        Los otros lo miraron. La sombra del miedo a los Jinetes Negros los alcanzó de
      pronto  otra  vez.  Desde  que  entraran  en  el  bosque  casi  no  habían  pensado  otra
      cosa que en volver al camino; ahora que ya estaban en él, recordaban de nuevo
      el peligro que los perseguía y que muy probablemente estaría esperándolos en el
      camino mismo. Se volvieron inquietos hacia el sol poniente; el camino era pardo
      y estaba desierto.
        —¿Creéis  —preguntó  Pippin  con  una  voz  titubeante—,  creéis  que  nos
      perseguirán esta misma noche?
        —No, no esta noche, espero —respondió Tom Bombadil—, ni quizá mañana.
      Pero no confíes en mi presentimiento, pues no podría afirmarlo. De lo que se
      extiende al este nada sé. Tom no es señor de los Jinetes de la Tierra Tenebrosa,
      más allá de los lindes de este país.
        Los  hobbits,  de  todos  modos,  hubieran  querido  que  Tom  los  acompañara.
      Tenían la impresión de que nadie como él hubiese podido enfrentar a los Jinetes
      Negros. Pronto iban a internarse en tierras que les eran totalmente extrañas y
      más allá de todo lo conocido excepto en leyendas vagas y distantes; y en la tarde
      que caía tuvieron nostalgias del hogar. Una profunda soledad y un sentimiento de
      pérdida los invadió a todos. Se quedaron allí de pie, en silencio, resistiéndose a la
      separación  final  y  sólo  lentamente  fueron  dándose  cuenta  de  que  Tom  estaba
      despidiéndose,  diciéndoles  que  no  perdieran  el  ánimo  y  que  cabalgaran  sin
      detenerse hasta bien entrada la noche.
        —Los  consejos  de  Tom  os  serán  útiles  hasta  que  el  día  termine.  Luego
      tendréis que fiaros de vuestra propia buena suerte. A cuatro millas del camino
      encontraréis una aldea: Bree, al pie de la colina de Bree, cuyas puertas miran al
      oeste. Allí encontraréis una vieja posada, El Poney Pisador; Cebadilla Mantecona
      es el afortunado propietario. Podréis pasar allí la noche y luego la mañana os
      pondrá otra vez en camino. ¡Valor, pero cuidado! ¡Animo en los corazones y no
      dejéis escapar la buena fortuna!
        Los hobbits le rogaron que los acompañase al menos hasta la posada y que
      bebiera con ellos una vez más, pero Tom se rió y rehusó diciendo:
       Las tierras de Tom terminan aquí; no traspasará las fronteras.
       Tiene que ocuparse de su casa, ¡y Baya de Oro está esperando!
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