Page 265 - El Señor de los Anillos
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consejeros de la casa de Elrond, de quienes Erestor era el jefe; y unto a él se
encontraba Galdor, un elfo de los Puertos Grises a quien Cirdan, el carpintero de
barcos, le había encomendado una misión. Estaba allí también un elfo extraño,
vestido de castaño y verde, Legolas, que traía un mensaje de su padre, Thranduil,
el Rey de los Elfos del Bosque Negro del Norte. Y sentado un poco aparte había
un hombre alto de cara hermosa y noble, cabello oscuro y ojos grises, de mirada
orgullosa y seria.
Estaba vestido con manto y botas, como para un viaje a caballo, y en verdad
aunque las ropas eran ricas y el manto tenía borde de piel, parecía venir de un
largo viaje. De una cadena de plata que tenía al cuello colgaba una piedra
blanca; el cabello le llegaba a los hombros. Sujeto a un tahalí llevaba un cuerno
grande guarnecido de plata que ahora apoyaba en las rodillas. Examinó a Frodo
y Bilbo con repentino asombro.
—He aquí —dijo Elrond volviéndose hacia Gandalf— a Boromir, un hombre
del Sur. Llegó en la mañana gris y busca consejo. Le pedí que estuviera presente,
pues las preguntas que trae tendrán aquí respuesta.
No es necesario contar ahora todo lo que se habló y discutió en el Concilio. Se
dijeron muchas cosas a propósito de los acontecimientos del mundo exterior,
especialmente en el Sur y en las vastas regiones que se extendían al este de las
montañas. De todo esto Frodo ya había oído muchos rumores, pero el relato de
Glóin era nuevo para él y escuchó al enano con atención. Era evidente que en
medio del esplendor de los trabajos manuales los enanos de la Montaña Solitaria
estaban bastante perturbados.
—Hace ya muchos años —dijo Glóin— una sombra de inquietud cayó sobre
nuestro pueblo. Al principio no supimos decir de dónde venía. Hubo ante todo
murmullos secretos: se decía que vivíamos encerrados en un sitio estrecho y que
en un mundo más ancho encontraríamos mayores riquezas y esplendores.
Algunos hablaron de Moria: las poderosas obras de nuestros padres que en la
lengua de los enanos llamamos Khazad-dûm y decían que al fin teníamos el
poder y el número suficiente para emprender la vuelta. —Glóin suspiró—.
¡Moria! ¡Moria! ¡Maravilla del mundo septentrional! Allí cavamos demasiado
hondo y despertamos el miedo sin nombre. Mucho tiempo han estado vacías esas
grandes mansiones, desde la huida de los niños de Durin. Pero ahora hablamos de
ella otra vez con nostalgia y sin embargo con temor, pues ningún enano se ha
atrevido a cruzar las puertas de Khazad-dûm durante muchas generaciones de
reyes, excepto Thrór, que pereció. No obstante, Balin prestó atención al fin a los
rumores y resolvió partir y, aunque Dáin no le dio permiso de buena gana, llevó
consigo a Ori y Oin y muchas de nuestras gentes, y fueron hacia el sur.
» Esto ocurrió hace unos treinta años. Durante un tiempo tuvimos noticias y
parecían buenas. Los informes decían que habían entrado en Moria y que habían