Page 472 - El Señor de los Anillos
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que habían vislumbrado días antes desde el Río Grande. Al noroeste se
adelantaba el bosque oscuro de Fangorn; los lindes sombríos estaban aún a diez
leguas de distancia y más allá unas pendientes montañosas se perdían en el azul
de la lejanía. En el horizonte, como flotando sobre una nube gris, brillaba la
cabeza blanca del majestuoso Methedras, el último pico de las Montañas
Nubladas. El Entaguas salía del bosque e iba al encuentro de las montañas,
corriendo ahora por un cauce estrecho, entre barrancas profundas. Las huellas de
los orcos dejaron las lomas y se encaminaron al río.
Siguiendo con ojos penetrantes el rastro que llevaba al río y luego el curso del
río hasta el bosque, Aragorn vio una sombra en el verde distante, una mancha
oscura que se movía rápidamente. Se arrojó al suelo y escuchó otra vez con
atención. Pero Legolas, de pie junto a él, protegiéndose los brillantes ojos álficos
con una mano larga y delgada, no vio una sombra, ni una mancha, sino las
figuras pequeñas de unos jinetes, muchos jinetes, y en las puntas de las lanzas el
reflejo matinal, como el centelleo de unas estrellas diminutas que los ojos no
alcanzaban a ver. Lejos detrás de ellos un humo oscuro se elevaba en delgadas
volutas.
El silencio reinaba en los campos desiertos de alrededor y Gimli podía oír el
aire que se movía en las hierbas.
—¡Jinetes! —exclamó Aragorn incorporándose bruscamente—. ¡Muchos
jinetes montados en corceles rápidos vienen hacia aquí!
—Sí —dijo Legolas—, son ciento cinco. Los cabellos son rubios y las espadas
brillantes. El jefe es muy alto.
Aragorn sonrió.
—Penetrantes son los ojos de los elfos —dijo.
—No. Los jinetes están a poco más de cinco leguas —dijo Legolas.
—Cinco leguas o una —dijo Gimli—, no podemos escapar en esta tierra
desnuda. ¿Los esperaremos aquí o seguiremos adelante?
—Esperaremos —dijo Aragorn—. Estoy cansado y la cacería ya no tiene
sentido. Al menos otros se nos adelantaron, pues esos jinetes vienen cabalgando
por la pista de los orcos. Quizá nos den alguna noticia.
—O lanzas —dijo Gimli.
—Hay tres monturas vacías, pero no veo ningún hobbit —dijo Legolas.
—No hablé de buenas noticias —dijo Aragorn—, pero buenas o malas las
esperaremos aquí.
Los tres compañeros dejaron la cima de la loma, donde podían ser un fácil
blanco contra el cielo claro y bajaron lentamente por la ladera norte. Un poco
antes de llegar a los pies de la loma y envolviéndose en las capas, se sentaron
juntos en las hierbas marchitas. El tiempo pasó lenta y pesadamente. Había un
viento leve, que no dejaba de soplar. Gimli no estaba tranquilo.
—¿Qué sabes de esos hombres a caballo, Aragorn? —dijo—. ¿Nos