Page 475 - El Señor de los Anillos
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Eomer hijo de Eomund y soy Tercer Mariscal de la Marca de los Jinetes.
—Entonces Eomer hijo de Eomund, Tercer Mariscal de la Marca de los
Jinetes, permite que Gimli el Enano hijo de Glóin te advierta que no digas
necedades. Habla mal de lo que es hermoso más allá de tus posibilidades de
comprensión y sólo el poco entendimiento podría excusarte.
Los ojos de Eomer relampaguearon y los Hombres de Rohan murmuraron
airadamente y cerraron el círculo, adelantando las lanzas.
—Te rebanaría la cabeza. Señor enano, si se alzara un poco más del suelo —
dijo Eomer.
—El enano no está solo —dijo Legolas poniendo una flecha y tendiendo el
arco con unas manos tan rápidas que la vista no podía seguirlas—. Morirías antes
que alcanzaras a golpear.
Eomer levantó la espada y las cosas pudieron haber ido mal, pero Aragorn
saltó entre ellos alzando la mano.
—¡Perdón, Eomer! —gritó—. Cuando sepas más, entenderás por qué has
molestado a mis compañeros. No queremos ningún mal para Rohan, ni para
ninguno de los que ahí habitan, sean hombres o caballos. ¿No oirás nuestra
historia antes de atacarnos?
La oiré —dijo Eomer, bajando la hoja—. Pero sería prudente que quienes
andan de un lado a otro por la Marca de los Jinetes fueran menos orgullosos en
estos días de incertidumbre. Primero dime tu verdadero nombre.
Primero dime a quién sirves replicó Aragorn. ¿Eres amigo o enemigo de
Sauron, el Señor Oscuro de Mordor?
Sólo sirvo al Señor de la Marca, el Rey Théoden hijo de Thengel —respondió
Eomer—. No servimos al Poder del lejano País Negro, pero tampoco estamos en
guerra con él, y si estás huyendo de Sauron será mejor que dejes estas regiones.
Hay dificultades ahora en todas nuestras fronteras y estamos amenazados; pero
sólo deseamos ser libres y vivir como hemos vivido hasta ahora, conservando lo
que es nuestro y no sirviendo a ningún señor extraño, bueno o malo. En épocas
mejores agasajábamos a quienes venían a vernos, pero en este tiempo los
extraños que no han sido invitados nos encuentran dispuestos a todo. ¡Vamos!
¿Quién eres tú? ¿A quién sirves tú? ¿En nombre de quién estás cazando orcos en
nuestras tierras?
—No sirvo a ningún hombre —dijo Aragorn, pero persigo a los sirvientes de
Sauron en cualquier sitio que se encuentren. Pocos hay entre los hombres
mortales que sepan más de orcos y no los cazo de este modo porque lo haya
querido así. Los orcos a quienes perseguimos tomaron prisioneros a dos de mis
amigos. En semejantes circunstancias el hombre que no tiene caballo irá a pie y
no pedirá permiso para seguir el rastro. Ni contará las cabezas del enemigo salvo
con la espada. No estoy desarmado.
Aragorn echó atrás la capa. La vaina élfica centelleó y la hoja brillante de