Page 551 - El Señor de los Anillos
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—¡Feliz hora en la que has vuelto a nosotros, Gandalf! —exclamó el enano
dando saltos y cantando alto en la extraña lengua de los enanos—. ¡Vamos,
vamos! —gritó, blandiendo el hacha—. Ya que la cabeza de Gandalf es sagrada
ahora, ¡busquemos una que podamos hendir!
—No será necesario buscar muy lejos —dijo Gandalf levantándose—.
¡Vamos! Hemos consumido todo el tiempo que se concede al reencuentro de los
amigos. Ahora es necesario apresurarse.
Se envolvió otra vez en aquel viejo manto andrajoso y encabezó el grupo. Los
otros lo siguieron y descendieron rápidamente desde la cornisa y se abrieron
paso a través del bosque siguiendo la margen del Entaguas. No volvieron a hablar
hasta que se encontraron de nuevo sobre la hierba más allá de los lindes de
Fangorn. Nada se veía de los caballos.
—No han vuelto —dijo Legolas—. Será una caminata fatigosa.
—Yo no caminaré. El tiempo apura —dijo Gandalf, y echando atrás la
cabeza, emitió un largo silbido. Tan clara y tan penetrante era la nota que a los
otros les sorprendió que saliera de aquellos viejos labios barbados. Gandalf silbó
tres veces; y luego débil y lejano, traído por el viento del este, pareció oírse el
relincho de un caballo en las llanuras. Los otros esperaron sorprendidos. Poco
después llegó un ruido de cascos, al principio apenas un estremecimiento del
suelo que sólo Aragorn pudo oír con la cabeza sobre la hierba, y que aumentó y
se aclaró hasta que fue un golpeteo rápido.
—Viene más de un caballo —dijo Aragorn.
—Por cierto —dijo Gandalf—. Somos una carga demasiado pesada para uno
solo.
—Hay tres —dijo Legolas, que observaba la llanura—. ¡Mirad cómo corren!
Allí viene Hasufel, ¡y mi amigo Arod viene al lado! Pero hay otro que encabeza
la tropa: un caballo muy grande. Nunca vi ninguno parecido.
—Ni nunca lo verás —dijo Gandalf—. Ese es Sombragris. Es el jefe de los
Mearas, señores de los caballos, y ni siquiera Théoden, Rey de Rohan, ha visto
uno mejor. ¿No brilla acaso como la plata y corre con la facilidad de una rápida
corriente? Ha venido por mí: la cabalgadura del Caballero Blanco. Iremos juntos
al combate.
El viejo mago hablaba aún cuando el caballo grande subió la pendiente hacia
él: le brillaba la piel, las crines le flotaban al viento. Los otros dos animales venían
lejos detrás. Tan pronto como Sombragris vio a Gandalf, aminoró el paso y
relinchó con fuerza; luego se adelantó al trote e inclinando la orgullosa cabeza
frotó el hocico contra el cuello del viejo.
Gandalf lo acarició.
—Rivendel está lejos, amigo mío —dijo—, pero tú eres inteligente y rápido y