Page 552 - El Señor de los Anillos
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vienes cuando te necesitan. Haremos ahora juntos una larga cabalgata, ¡y ya no
      nos separaremos en este mundo!
        Pronto los otros caballos llegaron también y se quedaron quietos y tranquilos,
      como esperando órdenes.
        —Iremos en seguida a Meduseld, la morada de vuestro amo, Théoden —dijo
      Gandalf  hablándoles  gravemente;  y  los  animales  inclinaron  las  cabezas—.  El
      tiempo escasea, de modo que con vuestro permiso, amigos míos, montaremos
      ahora. Os agradeceríamos que fueseis tan rápidos como podáis. Hasufel llevará a
      Aragorn y Arod a Legolas. Gimli irá conmigo, si Sombragris nos lo permite. Sólo
      nos detendremos ahora a beber un poco.
        —Ahora  entiendo  en  parte  ese  enigma  de  anoche  —dijo  Legolas  saltando
      ágilmente sobre el lomo de Arod—. No sé si al principio los espantó el miedo,
      pero tropezaron con Sombragris, el jefe, y lo saludaron con alegría. ¿Sabías tú
      que andaba cerca, Gandalf?
        —Sí, lo sabía —dijo el mago—. Puse en él todos mis pensamientos, rogándole
      que  se  apresurara;  pues  ayer  estaba  muy  lejos  al  sur  de  estos  territorios.
      ¡Deseemos que me lleve rápido de vuelta!
      Gandalf le  habló  entonces  a  Sombragris  y  el  caballo  partió  a  la  carrera,  pero
      cuidando de no dejar muy atrás a los otros. Al cabo de un rato giró de pronto y
      eligiendo un paraje donde las barrancas eran más bajas, vadeó el río, y luego los
      llevó  en  línea  recta  hacia  el  sur  por  terrenos  llanos,  amplios  y  sin  árboles.  El
      viento  pasaba  como  olas  grises  entre  las  interminables  millas  de  hierbas.  No
      había huellas de caminos o senderos, pero Sombragris  no  titubeó  ni  cambió  el
      paso.
        —Corre ahora directamente hacia la Casa de Théoden al pie de las Montañas
      Blancas  —dijo  Gandalf—.  Será  más  rápido  así.  El  suelo  es  más  firme  en  el
      Estemnet, por donde pasa la ruta principal hacia el norte, del otro lado allá del río,
      pero Sombragris sabe cómo ir entre los pantanos y las cañadas.
        Durante muchas horas cabalgaron por las praderas y las tierras ribereñas. A
      menudo la hierba era tan alta que llegaba a las rodillas de los jinetes y parecía
      que las cabalgaduras estaban nadando en un mar verdegris. Encontraron muchas
      lagunas ocultas y grandes extensiones de juncias que ondulaban sobre pantanos
      traicioneros; pero Sombragris no se desorientaba y los otros caballos lo seguían
      entre  la  hierba.  Lentamente  el  sol  cayó  del  cielo  hacia  el  oeste.  Mirando  por
      encima de la amplia llanura, los jinetes vieron a lo lejos como un fuego rojo que
      se hundía un instante en los pastos. Allá abajo en el horizonte las estribaciones de
      las  montañas  centelleaban  rojizas  a  un  lado  y  a  otro.  Un  humo  subió
      oscureciendo  el  disco  del  sol,  tiñéndolo  de  sangre,  como  si  el  astro  hubiese
      inflamado los pastos mientras desaparecía en el borde de la tierra.
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