Page 677 - El Señor de los Anillos
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Gollum se incorporó otra vez y miró a Frodo por debajo de los párpados.
—¡Está allí! —dijo con sarcasmo—. Siempre allí. Los orcos te indicarán el
camino. Es fácil encontrar orcos al este del río. No se lo preguntes a Sméagol.
Pobre, pobre Sméagol, hace mucho tiempo que partió. Le quitaron su Tesoro y
ahora está perdido.
—Tal vez podamos encontrarlo, si vienes con nosotros —dijo Frodo.
—No. No, ¡jamás! Ha perdido el Tesoro —dijo Gollum.
—¡Levántate! —ordenó Frodo.
Gollum se puso en pie y retrocedió hasta el acantilado.
—¡A ver! —dijo Frodo—. ¿Cuándo es más fácil encontrar el camino, de día o
de noche? Nosotros estamos cansados; pero si prefieres la noche, partiremos hoy
mismo.
—Las grandes luces nos dañan los ojos, sí —gimió Gollum—. No la luz de la
Cara Blanca, no, todavía no. Pronto se esconderá detrás de las colinas, sssí.
Descansad antes un poco, buenos hobbits.
—Siéntate entonces —dijo Frodo— ¡y no te muevas!
Los hobbits se sentaron uno a cada lado de Gollum, de espaldas a la pared
pedregosa, y estiraron las piernas. No fue preciso que hablaran para ponerse de
acuerdo: sabían que no tenían que dormir ni un solo instante. Lentamente
desapareció la luna. Las sombras cayeron desde las colinas y todo fue oscuridad.
Las estrellas se multiplicaron y brillaron en el cielo. Ninguno de los tres se movía.
Gollum estaba sentado con las piernas encogidas, las rodillas debajo del mentón,
las manos y los pies planos abiertos contra el suelo, los ojos cerrados; pero
parecía tenso, como si estuviera pensando o escuchando.
Frodo cambió una mirada con Sam. Los ojos se encontraron y se
comprendieron. Los hobbits aflojaron el cuerpo, apoyaron la cabeza en la piedra,
y cerraron los ojos, o fingieron cerrarlos. Pronto se los oyó respirar
regularmente. Las manos de Gollum se crisparon, nerviosas. La cabeza se volvió
en un movimiento casi imperceptible a la izquierda y a la derecha, y primero
entornó apenas un ojo y luego el otro. Los hobbits no reaccionaron.
De súbito, con una agilidad asombrosa y la rapidez de una langosta o una
rana, Gollum se lanzó de un salto a la oscuridad. Eso era precisamente lo que
Frodo y Sam habían esperado. Sam lo alcanzó antes de que pudiera dar dos pasos
más. Frodo, que lo seguía, le aferró la pierna y lo hizo caer.
—Tu cuerda podrá sernos útil otra vez, Sam —dijo. Sam sacó la cuerda.
—¿Y a dónde iba usted por estas duras tierras frías, señor Gollum? —gruñó—.
Nos preguntamos, sí, nos preguntamos. En busca de algunos de tus amigos orcos,
apuesto. Repugnante criatura traicionera. Alrededor de tu gaznate tendría que ir
esta cuerda y con un nudo bien apretado.
Gollum yacía inmóvil y no intentó ninguna otra jugarreta. No le contestó a