Page 674 - El Señor de los Anillos
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pareció que escupía. Luego siguió avanzando. Ahora lo oían hablar con una voz
      cascada y sibilante.
        —¡Ajjj, sss! ¡Cauto, mi tesoro! Más prisa menos ligereza. No corramos el
      riesssgo  de  rompernos  el  pessscuezo,  no,  tesssoro.  ¡No!,  tesssoro…  gollum  —
      Levantó  otra  vez  la  cabeza,  le  guiñó  los  ojos  a  la  luna,  y  volvió  a  cerrarlos
      rápidamente—. La aborrecemos —siseó—. Odiosssa, odiosssa luz trémula es…
      sss… nos essspía, tesoro… nos lassstima los ojos.
        Se iba acercando y los siseos eran ahora más agudos y claros.
        —¿Dónde  essstá,  dónde  essstá:  mi  tesssoro,  mi  tesssoro?  Es  nuestro,  es,  y
      nosotros lo queremos. Los ladrones, los inmundos ladronzuelos. ¿Dónde están con
      mi tesoro? ¡Malditos! Los odiamos de veras.
        —No  parece  saber  dónde  estamos  ¿eh?  —susurró  Sam—.  ¿Y  qué  es  su
      tesoro? ¿Se referirá al…?
        —¡Calla! —susurró Frodo—. Se está acercando y ya podría oírnos.
        Y  en  efecto,  Gollum  había  vuelto  a  detenerse  de  improviso,  e  inclinaba  la
      cabezota hacia uno y otro lado como si estuviese escuchando. Había abierto a
      medias los ojillos pálidos. Sam se contuvo, aunque los dedos le escocían. Tenía los
      ojos  encendidos  de  cólera  y  asco,  fijos  en  la  miserable  criatura,  que  ahora
      avanzaba otra vez, siempre cuchicheando y siseando entre dientes.
        Por fin, se encontró a no más de una docena de pies del suelo, justo encima
      de las cabezas de los hobbits. Desde esa altura la caída era vertical, pues la pared
      se  inclinaba  ligeramente  hacia  adentro,  y  ni  el  propio  Gollum  hubiera  podido
      encontrar  en  ella  un  punto  de  apoyo.  Trataba  al  parecer  de  darse  vuelta,  y
      ponerse con las piernas para abajo, cuando de pronto, con un chillido estridente y
      sibilante, cayó enroscando las piernas y los brazos alrededor del cuerpo, como
      una araña a la que han cortado el hilo por el que venía descendiendo.
        Sam salió de su escondite como un rayo y en un par de saltos cruzó el espacio
      que  lo  separaba  de  la  pared  de  piedra.  Antes  que  Gollum  pudiera  levantarse,
      cayó sobre él. Pero descubrió que aun así, tomado por sorpresa después de una
      caída, Gollum era más fuerte y hábil de lo que había creído. No había alcanzado
      a sujetarlo cuando los largos miembros de Gollum lo envolvieron en un abrazo
      implacable,  blando  pero  horriblemente  poderoso  que  le  impedía  todo
      movimiento,  y  lo  estrujaba  como  cuerdas  que  fuesen  apretando  lentamente.
      Unos dedos pegajosos le tantearon la garganta. Luego unos dientes afilados se le
      hincaron en el hombro. Todo cuanto Sam pudo hacer fue sacudir con violencia la
      cabeza dura y redonda contra la cara de la criatura. Gollum siseó escupiendo,
      pero no lo soltó.
        Las cosas habrían terminado mal para Sam si hubiera estado solo. Pero Frodo
      se levantó de un salto, desenvainando a Dardo. Con la mano izquierda tomó a
      Gollum  por  los  cabellos  ralos  y  lacios  y  le  tironeó  la  cabeza  hacia  atrás,
      estirándole  el  pescuezo,  y  obligándolo  a  fijar  en  el  cielo  los  pálidos  ojos
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