Page 671 - El Señor de los Anillos
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—¡Albricias! ¡Lo conseguimos! ¡Hemos escapado de Emun Muil! ¿Y ahora?
Quizá pronto estemos suspirando por pisar otra vez una buena roca dura.
Sam no contestó: tenía los ojos fijos en el acantilado.
—¡Pampirolón! —dijo—. ¡Estúpido! ¡Mi tan hermosa cuerda! Ha quedado
allá amarrada a un tocón y nosotros aquí abajo. Mejor escalera no podíamos
dejarle a ese fisgón de Gollum. ¡Es casi como si hubiéramos puesto aquí un
letrero, indicándole qué camino hemos tomado! Ya me parecía que todo era
demasiado fácil.
—Si se te ocurre cómo hubiéramos podido bajar por la cuerda y al mismo
tiempo traerla con nosotros, entonces puedes pasarme a mí el pampirolón o
cualquier otro epíteto de esos que te endilgaba tu compadre —dijo Frodo—.
¡Sube, desátala y baja, si quieres!
Sam se rascó la cabeza.
—No, no veo cómo, con el perdón de usted —dijo—. Pero no me gusta
dejarla, por supuesto. —Acarició el extremo de la cuerda y la sacudió levemente
—. Me cuesta separarme de algo que traje del país de los elfos. Hecha por
Galadriel en persona, tal vez. Galadriel —murmuró moviendo tristemente la
cabeza. Miró hacia arriba y tironeó por última vez de la cuerda como
despidiéndose.
Ante el asombro total de los dos hobbits, la cuerda se soltó. Sam cayó de
espaldas y las largas espirales grises se deslizaron silenciosamente sobre él. Frodo
se echó a reír.
—¿Quién aseguró la cuerda? —dijo—. ¡Menos mal que aguantó hasta ahora!
¡Pensar que confié a tu nudo todo mi peso!
Sam no se reía.
—Quizás yo no sea muy ducho en eso de escalar montañas, señor Frodo —
dijo con aire ofendido—, pero de cuerdas y nudos algo sé. Me viene de familia,
por así decir. Mi abuelo, y después de él mi tío Andy, el hermano mayor del Tío,
tuvo durante muchos años una cordelería cerca de Campo del Cordelero. Y nadie
hubiera podido atar a ese tocón un nudo más seguro que el mío, en la comarca o
fuera de ella.
—Entonces la cuerda ha tenido que romperse… al rozar contra el borde de la
roca, supongo —dijo Frodo.
—¡Apuesto a que no! —dijo Sam en un tono aún más ofendido. Se agachó y
examinó los dos cabos—. No, no me equivoco. ¡Ni una sola hebra!
—Entonces me temo que haya sido el nudo —dijo Frodo. Sam sacudió la
cabeza sin responder. Se pasaba la cuerda entre los dedos, pensativo.
—Como quiera, señor Frodo —dijo por último—, pero para mí la cuerda se
soltó sola… cuando yo la llamé. —La enrolló y la guardó cariñosamente.
—Que bajó no puede negarse —dijo Frodo—, y eso es lo que importa. Pero
ahora hemos de pensar cuál será nuestro próximo paso. Pronto caerá la noche.