Page 673 - El Señor de los Anillos
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—¡Bueno! —dijo Frodo, poniéndose de pie y arrebujándose en la capa—. Tú,
Sam, duerme un poco y toma mi manta. Mientras tanto yo caminaré de arriba
abajo y vigilaré. —De pronto se irguió, muy tieso; en seguida se agachó y tomó
a Sam por el brazo—. ¿Qué es eso? —murmuró—. Mira, allá arriba, en el
acantilado.
Sam miró y contuvo el aliento.
—¡Sss! —susurró—. Ya está ahí. ¡Es ese Gollum! ¡Sapos y culebras! ¡Y
pensé que lo habíamos despistado con nuestra pequeña hazaña! ¡Mírelo!
¡Arrastrándose por la pared como una araña horrible!
A lo largo de una cara del precipicio, que parecía casi lisa a la pálida luz de la
luna, una pequeña figura negra se desplazaba con los miembros delgados
extendidos sobre la roca. Quizás aquellos pies y manos blandos y prensiles
encontraban fisuras y asideros que ningún hobbit hubiera podido ver o utilizar,
pero parecía deslizarse sobre patas pegajosas, como un gran insecto merodeador
de alguna extraña especie. Y bajaba de cabeza, como si viniera olfateando el
camino. De tanto en tanto levantaba el cráneo lentamente, haciéndolo girar sobre
el largo pescuezo descarnado, y los hobbits veían entonces dos puntos pálidos, dos
ojos, que parpadeaban un instante a la luz de la luna y en seguida volvían a
ocultarse.
—¿Le parece que puede vernos? —dijo Sam.
—No sé —respondió Frodo en voz baja—, pero no lo creo. Estas capas élficas
son poco visibles, aun para ojos amigos: yo no te veo en la sombra ni a dos pasos.
Y por lo que sé, es enemigo del Sol y de la Luna.
—¿Por qué entonces desciende aquí, precisamente? —inquirió Sam.
—Calma, Sam —dijo Frodo—. Tal vez pueda olernos. Y tiene un oído tan fino
como el de los elfos, dicen. Me parece que ha oído algo ahora; nuestras voces
probablemente. Hemos gritado mucho allá arriba; y hasta hace un momento
hablábamos en voz demasiado alta.
—Bueno, estoy harto de él —dijo Sam—. Nos ha seguido demasiado tiempo
para mi gusto y le cantaré cuatro frescas, si puedo. De todos modos creo que
ahora será inútil que tratemos de evitarlo. —Cubriéndose la cara con la caperuza
gris, Sam se arrastró con pasos furtivos hacia el acantilado.
—¡Ten cuidado! —le susurró Frodo, que iba detrás—. ¡No lo alarmes! Es
mucho más peligroso de lo que parece.
La forma negra había descendido ya las tres cuartas partes de la pared y estaba
a unos quince metros o menos del pie del acantilado. Acurrucados e inmóviles
como piedras a la sombra de una roca, los hobbits lo observaban. Al parecer
había tropezado con un pasaje difícil, o tenía alguna preocupación. Lo oían
olisquear y de tanto en tanto escuchaban una respiración áspera y siseante que
sonaba como un juramento reprimido. Levantó la cabeza, y a los hobbits les