Page 669 - El Señor de los Anillos
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torrencial. Los hobbits volvieron a arrastrarse al interior de la garganta en busca
      de reparo; no encontraron ninguno. El agua que descendía en arroyuelos no tardó
      en convertirse en un torrente espumoso que se estrellaba contra las rocas antes de
      precipitarse a chorros desde el acantilado como desde el alero de una enorme
      techumbre.
        —Si me hubiese quedado allá abajo, ya estaría casi ahogado, o el agua me
      habría  arrastrado  no  sé  dónde  —dijo  Frodo—.  ¡Qué  suerte  extraordinaria  que
      tuvieras esa cuerda!
        —Mejor suerte hubiera sido que lo pensara un poco antes —dijo Sam—. Tal
      vez usted recuerde cómo las pusieron en las barcas, cuando partíamos: en el país
      élfico. Me fascinaron y guardé un rollo en mi equipaje. Parece que hiciera años
      de eso. Puede ser una buena ayuda en muchas ocasiones dijo Haldir o uno de
      ellos. Tenía razón.
        —Lástima que no se me ocurriera a mí traer otro rollo —dijo Frodo—; pero
      me separé de la Compañía con tanta prisa y en medio de tanta confusión. Quizá
      pudiera alcanzarnos para bajar. ¿Cuánto medirá tu cuerda, me pregunto?
        Sam extendió la cuerda lentamente, midiéndola con los brazos.
        —Cinco, diez, veinte, treinta varas, más o menos.
        —¡Quién lo hubiera creído! —exclamó Frodo.
        —¡Ah!  ¿Quién?  —dijo  Sam—.  Los  elfos  son  gente  maravillosa.  Parece
      demasiado delgada, pero es resistente; y suave como leche en la mano. Ocupa
      poco lugar y es liviana como la luz. ¡Gente maravillosa sin ninguna duda!
        —¡Treinta varas! —dijo Frodo, pensativo—. Creo que será suficiente. Si la
      tormenta pasa antes que caiga la noche, voy a intentarlo.
        —Ya  casi  ha  dejado  de  llover  —dijo  Sam—,  ¡pero  no  haga  otra  vez  nada
      peligroso en la oscuridad, señor Frodo! Quizás usted haya olvidado ese grito en el
      viento, ¡pero yo no! Parecía el grito de un Jinete Negro… aunque venía del aire,
      como si pudiese volar. Creo que lo mejor sería quedarnos aquí hasta que pase la
      noche.
        —Y yo creo que no me quedaré aquí ni un minuto más de lo necesario, atado
      de pies y manos al borde de este precipicio mientras los ojos del País Oscuro nos
      observan a través de las ciénagas —dijo Frodo.
        Y con estas palabras se incorporó y volvió al fondo de la garganta. Miró a lo
      lejos.  El  cielo  estaba  casi  límpido  en  el  este.  Los  nubarrones  se  alejaban,
      tempestuosos  y  cargados  de  lluvia,  y  la  batalla  principal  extendía  ahora  las
      grandes alas sobre Emyn Muil; allí el pensamiento sombrío de Sauron se detuvo
      un  momento.  Luego  se  volvió,  golpeando  el  valle  de  Anduin  con  granizo  y
      relámpagos, y arrojando sobre Minas Tirith una sombra que amenazaba guerra.
      Entonces,  descendiendo  a  las  montañas,  pasó  lentamente  sobre  Gondor  y  los
      confines  de  Rohan,  hasta  que  a  lo  lejos,  mientras  cabalgaban  por  la  llanura
      rumbo al oeste, los caballeros vieron las torres negras que se movían detrás del
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