Page 665 - El Señor de los Anillos
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siempre!
—Sí —dijo Frodo—; pero no es él mi mayor preocupación. ¡Quisiera poder
salir de estas colinas! Les tengo horror. Me siento desamparado aquí en el este,
sin nada que me separe de la Sombra sino esas tierras muertas y desnudas. Hay
un Ojo en la oscuridad. ¡Coraje! ¡De una u otra manera, hoy tenemos que bajar!
Pero transcurrió la mañana y cuando la tarde dio paso al anochecer, Frodo y
Sam continuaban arrastrándose fatigosamente a lo largo de la cresta sin haber
encontrado una salida.
A veces, en el silencio de aquel paisaje desolado, creían oír detrás unos
sonidos confusos, el rumor de una piedra que caía, pisadas furtivas sobre las
rocas. Pero si se detenían y escuchaban inmóviles, no oían nada, sólo los suspiros
del viento en las aristas de las piedras… pero también esto sonaba a los oídos de
los hobbits como una respiración sibilante entre dientes afilados.
A lo largo de toda esa jornada la cresta exterior de Emyn Muil se fue
replegando poco a poco hacia el norte. El borde de esa cresta se extendía en un
ancho altiplano de roca desgastada y pulida, en el que se abrían, de tanto en tanto,
pequeñas gargantas que bajaban abruptamente hasta las grietas del acantilado.
Buscando algún sendero, un camino entre esas gargantas que eran cada vez más
profundas y frecuentes, Frodo y Sam no cayeron en la cuenta de que se
desviaban a la izquierda, alejándose del borde, y que por espacio de varias millas
habían estado descendiendo en forma lenta pero constante hacia la llanura: la
cresta llegaba casi al nivel de las tierras bajas.
Por último se vieron obligados a detenerse. La cresta describía una curva más
pronunciada hacia el norte, que estaba cortada por una garganta más profunda
que las anteriores. Del otro lado volvía a trepar bruscamente, en varias decenas
de brazas: un acantilado alto y gris se erguía amenazante ante ellos, y tan a pique
que parecía cortado a cuchillo. Seguir adelante era imposible y no les quedaba
otro recurso que cambiar de rumbo, hacia el oeste o hacia el este. Pero la
marcha hacia el este sería lenta y trabajosa, y los llevaría de vuelta al corazón de
las montañas; y por el este sólo podían llegar hasta el precipicio.
—No hay otro remedio que intentar el descenso por esta garganta, Sam —
dijo Frodo—. Veamos a dónde nos conduce.
—A una caída desastrosa, sin duda —dijo Sam.
La garganta era más larga y profunda de lo que parecía. Un poco más abajo
encontraron unos árboles nudosos y raquíticos, la primera vegetación que veían
desde hacía muchos días: abedules contrahechos casi todos y uno que otro pino.
Muchos estaban muertos y descarnados, mordidos hasta la médula por los vientos
del este. Parecía que alguna vez, en días más benévolos, había crecido una
arboleda bastante espesa en aquella hondonada; ahora, unos cincuenta metros
más allá, los árboles desaparecían, pero unos pocos tocones viejos y carcomidos