Page 661 - El Señor de los Anillos
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parecerá muy larga. No verás las Cavernas, no al menos en este viaje. Pronto las
      habremos dejado muy atrás.
        —¡Creía que pensabas detenerte en el Abismo de Helm! —dijo Pippin—. ¿A
      dónde vas ahora?
        —A Minas Tirith, antes de que la cerquen los mares de la guerra.
        —¡Oh! ¿Y a qué distancia queda?
        —Leguas  y  leguas  —respondió  Gandalf—.  Tres  veces  más  lejos  que  la
      morada del Rey Théoden, que queda a más de cien millas de aquí, hacia el este:
      cien millas a vuelo del mensajero de Mordor. Pero el camino de Sombragris es
      más largo. ¿Quién será más veloz?
        » Ahora,  seguiremos  cabalgando  hasta  el  alba  y  aún  nos  quedan  algunas
      horas.  Entonces  hasta  Sombragris  tendrá  que  descansar,  en  alguna  hondonada
      entre las colinas: en Edoras, espero. ¡Duerme, si puedes! Quizá veas las primeras
      luces del alba sobre los techos de oro de la Casa de Eorl. Y dos días después verás
      la sombra purpurina del Monte Mindolluin y los muros de la torre de Denethor,
      blancos en la mañana.
        » De  prisa,  Sombragris.  Corre,  corazón  intrépido,  como  nunca  has  corrido
      hasta  ahora.  Hemos  llegado  a  las  tierras  de  tu  niñez  y  aquí  conoces  todas  las
      piedras. ¡De prisa! ¡Tu ligereza es nuestra esperanza!
        Sombragris sacudió la cabeza y relinchó, como si una trompeta lo llamara a
      la batalla. En seguida se lanzó hacia adelante. Los cascos relampaguearon contra
      el suelo; la noche se precipitó sobre él.
        Mientras se iba durmiendo lentamente, Pippin tuvo una impresión extraña: él
      y Gandalf, inmóviles como piedras, montaban la estatua de un caballo al galope,
      en tanto el mundo huía debajo con un rugido de viento.
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