Page 659 - El Señor de los Anillos
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embates del tiempo, el palantir de esa torre también ha sobrevivido. Pero sin los
      otros sólo alcanzaba a ver pequeñas imágenes de cosas lejanas y días remotos.
      Muy  útil,  sin  duda,  para  Saruman;  es  evidente,  sin  embargo,  que  él  no  estaba
      satisfecho. Miró más y más lejos hasta que al fin posó la mirada en Barad-dûr.
      ¡Entonces lo atraparon! ¿Quién puede saber dónde estarán ahora todas las otras
      piedras, rotas, o enterradas, o sumergidas en qué mares profundos? Pero una al
      menos  Sauron  la  descubrió  y  la  adaptó  a  sus  designios.  Sospecho  que  era  la
      Piedra de Ithil, pues hace mucho tiempo Sauron se apoderó de Minas Ithil y la
      transformó en un sitio nefasto. Hoy es Minas Morgul.
        » Es  fácil  imaginar  con  cuánta  rapidez  fue  atrapado  y  fascinado  el  ojo
      andariego de Saruman; lo sencillo que ha sido desde entonces persuadirlo de lejos
      y amenazarlo cuando la persuasión no era suficiente. El que mordía fue mordido,
      el  halcón  dominado  por  el  águila,  la  araña  aprisionada  en  una  tela  de  acero.
      Quién sabe desde cuándo era obligado a acudir a la esfera para ser interrogado y
      recibir instrucciones; y la piedra de Orthanc tiene la mirada tan fija en Barad-dûr
      que hoy sólo alguien con una voluntad de hierro podría mirar en su interior sin
      que  Barad-dûr  le  atrajera  rápidamente  los  ojos  y  los  pensamientos.  ¿No  he
      sentido yo mismo esa atracción? Aún ahora querría poner a prueba mi fuerza de
      voluntad,  librarme  de  Sauron  y  mirar  a  donde  yo  quisiera…  más  allá  de  los
      anchos mares de agua y de tiempo hacia Tirion la Bella, y ver cómo trabajaban
      la mano y la mente inimaginables de Féanor, ¡cuando el Árbol Blanco y el Árbol
      de Oro florecían aún! —Gandalf suspiró y calló.
        —Ojalá  lo  hubiera  sabido  antes  —dijo  Pippin—.  No  tenía  idea  de  lo  que
      estaba haciendo.
        —Oh, sí que la tenías —dijo Gandalf—. Sabías que estabas actuando mal y
      estúpidamente; y te lo decías a ti mismo, pero no te escuchaste. No te lo dije
      antes  porque  sólo  ahora,  meditando  en  todo  lo  que  pasó,  he  terminado  por
      comprenderlo, mientras cabalgábamos juntos. Pero aunque te hubiese hablado
      antes, tu tentación no habría sido menor, ni te habría sido más fácil resistirla. ¡Al
      contrario!  No,  una  mano  quemada  es  el  mejor  maestro.  Luego  cualquier
      advertencia sobre el fuego llega derecho al corazón.
        —Es cierto —dijo Pippin—. Si ahora tuviese delante de mí las siete piedras,
      cerraría los ojos y me metería las manos en los bolsillos.
        —¡Bien! —dijo Gandalf—. Eso era lo que esperaba.
        —Pero me gustaría saber… —empezó a decir Pippin.
        —¡Misericordia! —exclamó Gandalf—. Si para curar tu curiosidad hay que
      darte información, me pasaré el resto de mis días respondiendo a tus preguntas.
      ¿Qué más quieres saber?
        —Los  nombres  de  todas  las  estrellas  y  de  todos  los  seres  vivientes,  y  la
      historia toda de la Tierra Media, y de la Bóveda del Cielo y de los Mares que
      Separan  —rió  Pippin—.  ¡Por  supuesto!  ¿Qué  menos?  Pero  por  esta  noche  no
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