Page 656 - El Señor de los Anillos
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oscuridad mientras los otros duermen.
        —Yo me quedaré aquí con Eomer y diez de los caballeros —dijo el rey—.
      Saldremos al amanecer. Los demás escoltarán a Aragorn y podrán partir cuando
      lo crean conveniente.
        —Como quieras —dijo Gandalf—. ¡Pero procura llegar lo más pronto posible
      al refugio de las montañas, al Abismo de Helm!
      En ese momento una sombra cruzó bajo el cielo ocultando de pronto la luz de la
      luna.  Varios  de  los  caballeros  gritaron  y  levantando  los  brazos  se  cubrieron  la
      cabeza y se encogieron como para protegerse de un golpe que venía de lo alto:
      un pánico ciego y un frío mortal cayó sobre ellos. Temerosos, alzaron los ojos.
      Una enorme figura alada pasaba por delante de la luna como una nube oscura.
      La figura dio media vuelta y fue hacia el norte, más rauda que cualquier viento
      de  la  Tierra  Media.  Las  estrellas  se  apagaban  a  su  paso.  Casi  en  seguida
      desapareció.
        Todos estaban ahora de pie, como petrificados. Gandalf miraba el cielo, los
      puños crispados, los brazos tiesos a lo largo del cuerpo.
        —¡Nazgûl! —exclamó—. El mensajero de Mordor. La tormenta se avecina.
      ¡Los Nazgûl han cruzado el río! ¡Partid, partid! ¡No aguardéis hasta el alba! ¡Que
      los más veloces no esperen a los más lentos! ¡Partid!
        Echó a correr, llamando a Sombragris. Aragorn lo siguió. Gandalf se acercó a
      Pippin y lo tomó en sus brazos.
        —Esta vez cabalgarás conmigo —dijo—. Sombragris te mostrará cuanto es
      capaz de hacer. —Volvió entonces al sitio en que había dormido. Sombragris ya lo
      esperaba allí. Colgándose del hombro el pequeño saco que era todo su equipaje,
      el mago saltó a la grupa de Sombragris. Aragorn levantó a Pippin y lo depositó en
      brazos de Gandalf, envuelto en una manta.
        —¡Adiós! ¡Seguidme pronto! —gritó Gandalf—. En marcha, Sombragris.
        El gran corcel sacudió la cabeza. La cola flotó sacudiéndose a la luz de la
      luna. En seguida dio un salto hacia adelante, golpeando el suelo, y desapareció en
      las montañas como un viento del norte.
      —¡Qué noche tan hermosa y apacible! —le dijo Merry a Aragorn—. Algunos
      tienen una suerte prodigiosa. No quería dormir y quería cabalgar con Gandalf…
      ¡y  ahí  lo  tienes!  En  vez  de  convertirlo  en  estatua  de  piedra  y  condenarlo  a
      quedarse aquí, como escarmiento.
        —Si  en  vez  de  Pippin  hubieras  sido  tú  el  primero  en  recoger  la  piedra  de
      Orthanc, ¿qué habría sucedido? —dijo Aragorn—. Quizás hubieras hecho cosas
      peores. ¿Quién puede saberlo? Pero ahora te ha tocado a ti en suerte cabalgar
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