Page 652 - El Señor de los Anillos
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suponía. « Quizá no era más que un paquete de trastos sin importancia» , pensó
curiosamente aliviado, pero no volvió a poner el bulto en su sitio. Permaneció un
instante muy quieto con el bulto entre los brazos. De pronto se le ocurrió una idea.
Se alejó de puntillas, buscó una piedra grande, y volvió junto a Gandalf.
Retiró con presteza el lienzo, envolvió la piedra y arrodillándose la puso al
alcance de la mano de Gandalf. Entonces miró por fin el objeto que acababa de
desenvolver. Era el mismo: una tersa esfera de cristal, ahora oscura y muerta,
inmóvil y desnuda. La levantó, la cubrió presurosamente con su propia capa, y
en el momento en que iba a retirarse, Gandalf se agitó en sueños, y murmuró
algunas palabras en una lengua desconocida; extendió a tientas la mano y la
apoyó sobre la piedra envuelta en el lienzo; luego suspiró y no volvió a moverse.
« ¡Pedazo de idiota!» , se dijo Pippin entre dientes. « Te vas a meter en un
problema espantoso. ¡Devuélvelo a su sitio, pronto!» Pero ahora le temblaban las
rodillas y no se atrevía a acercarse al mago y remediar el entuerto. « Ya no
podré acercarme sin despertar a Gandalf» , pensó. « En todo caso será mejor
que me tranquilice un poco. Así que mientras tanto bien puedo echarle una
mirada. ¡Pero no aquí!» Se alejó un trecho sin hacer ruido y se detuvo en un
montículo verde. La luna miraba desde el borde del valle.
Pippin se sentó con la esfera entre las rodillas levantadas y se inclinó sobre
ella como un niño glotón sobre un plato de comida, en un rincón lejos de los
demás. Abrió la capa y miró. Alrededor el aire parecía tenso, quieto. Al principio
la esfera estaba oscura, negra como el azabache, y la luz de la luna centelleaba
en la superficie lustrosa. De súbito una llama tenue se encendió y se agitó en el
corazón de la esfera, atrayendo la mirada de Pippin, de tal modo que no le era
posible desviarla. Pronto todo el interior del globo pareció incandescente; ahora la
esfera daba vueltas, o eran quizá las luces de dentro que giraban. De repente, las
luces se apagaron. Pippin tuvo un sobresalto y aterrorizado trató de liberarse,
pero siguió encorvado, con la esfera apretada entre las manos, inclinándose cada
vez más. Y súbitamente el cuerpo se le puso rígido; los labios le temblaron un
momento. Luego, con un grito desgarrador, cayó de espaldas y allí quedó
tendido, inmóvil.
El grito había sido penetrante y los centinelas saltaron desde los terraplenes.
Todo el campamento estuvo pronto de pie.
—¡Así que éste es el ladrón! —exclamó Gandalf. Rápidamente echó la capa
sobre la esfera—. ¡Y tú, nada menos que tú, Pippin! ¡Qué cariz tan peligroso han
tomado las cosas! —Se arrodilló junto el cuerpo de Pippin: el hobbit yacía boca
arriba, rígido, los ojos clavados en el cielo—. ¡Cosa de brujos! ¿Qué daño habrá
causado, a él mismo, y a todos nosotros? —El semblante del mago estaba tenso y
demudado.
Tomó la mano de Pippin y se inclinó sobre él; escuchó un momento la