Page 657 - El Señor de los Anillos
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conmigo, me temo. Y partiremos en seguida. Apróntate y trae todo cuanto Pippin
      pueda haber dejado. ¡Date prisa!

      Sombragris  volaba  a  través  de  las  llanuras;  no  necesitaba  que  lo  azuzaran  o  lo
      guiaran. En menos de una hora habían llegado a los Vados del Isen y los habían
      cruzado. El túmulo de los Caballeros, el cerco de lanzas frías, se alzaba gris detrás
      de ellos.
        Pippin  ya  estaba  recobrándose.  Ahora  sentía  calor,  pero  el  viento  que  le
      acariciaba el rostro era refrescante y vivo; y cabalgaba con Gandalf. El horror
      de la piedra y de la sombra inmunda que había empañado la luna se iba borrando
      poco a poco, como cosas que quedaran atrás entre las nieblas de las montañas o
      como imágenes fugitivas de un sueño. Respiró hondo.
        —No sabía que montabas en pelo, Gandalf —dijo—. ¡No usas silla ni bridas!
        —Sólo a Sombragris lo monto a la usanza élfica —dijo Gandalf—. Sombragris
      rechaza los arneses y avíos: y en verdad, no es uno quien monta a Sombragris; es
      Sombragris quien acepta llevarlo a uno… o no. Y si él te acepta, ya es suficiente.
      Es él entonces quien cuida de que permanezcas en la grupa, a menos que se te
      antoje saltar por los aires.
        —¿Vamos muy rápido? —preguntó Pippin—. Rapidísimo, de acuerdo con el
      viento, pero con un galope muy regular. Y casi no toca el suelo de tan ligero.
        —Ahora corre como el más raudo de los corceles —respondió Gandalf—;
      pero esto no es muy rápido para él. El terreno se eleva un poco en esta región,
      más accidentada que del otro lado del río. ¡Pero mira cómo se acercan ya las
      Montañas Blancas a la luz de las estrellas! Allá lejos se alzan como lanzas negras
      los picos del Thrihyrne. Dentro de poco habremos llegado a la encrucijada y al
      Valle del Bajo, donde hace dos noches se libró la batalla.
        Pippin permaneció silencioso durante un rato. Oyó que Gandalf canturreaba
      entre dientes y musitaba fragmentos de poemas en diferentes lenguas, mientras
      las millas huían a espaldas de los jinetes. Por último el mago entonó una canción
      cuyas palabras fueron inteligibles para el hobbit: algunos versos le llegaron claros
      a los oídos a través del rugido del viento:
       Altos navíos y altos reyes
       tres veces tres.
       ¿Qué trajeron de las tierras sumergidas
       sobre las olas del mar?
       Siete estrellas y siete piedras
       y un árbol blanco.
        —¿Qué estás diciendo, Gandalf? —preguntó Pippin.
        —Estaba  recordando  simplemente  algunas  de  las  antiguas  canciones  —le
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