Page 649 - El Señor de los Anillos
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corrigieran. Te pido perdón. Pero hasta en estos detalles he pensado. Seguiremos
      viaje  aún  algunas  horas,  sin  fatigarnos,  hasta  el  otro  lado  del  valle.  Mañana
      tendremos que cabalgar más de prisa.
        » Cuando llegamos, nuestra intención era volver directamente de Isengard a
      la morada del Rey en Edoras, a través de la llanura, una cabalgata de varios días.
      Pero hemos reflexionado y cambiado los planes. Hemos enviado mensajeros al
      Abismo de Helm, a anunciar que el rey regresará mañana. De allí partirá con
      muchos hombres hacia el Sagrario, por los senderos que pasan entre las colinas.
      De ahora en adelante es preciso evitar que más de dos o tres hombres cabalguen
      juntos, tanto de día como de noche.
        —Tú, como de costumbre, ¡no nos das nada o nos das doble ración! —dijo
      Merry—. ¡Y yo que no pensaba en otra cosa que en un lugar donde dormir esta
      noche!  ¿Dónde  está  y  qué  es  ese  Abismo  de  Helm  y  todo  lo  demás?  No  sé
      absolutamente nada de este país.
        —En ese caso harías bien en aprender algo, si deseas comprender lo que está
      sucediendo. Pero no en este momento, ni de mí: tengo muchas cosas urgentes en
      que pensar.
        —Está  bien,  se  lo  preguntaré  a  Trancos,  cuando  acampemos:  él  es  menos
      quisquilloso. Pero ¿por qué tanto misterio? Creía que habíamos ganado la batalla.
        —Sí,  hemos  ganado,  pero  sólo  la  primera  victoria,  y  ahora  el  peligro  es
      mayor.  Había  algún  vínculo  entre  Isengard  y  Mordor  que  aún  no  he  podido
      desentrañar.  Intercambiaban  noticias,  es  evidente,  pero  no  sé  cómo.  El  ojo  de
      Barad-dûr ha de estar escudriñando con impaciencia el Valle del Mago, creo; y
      las tierras de Rohan. Cuanto menos vea, mejor que mejor.
      El camino proseguía lentamente, serpenteando por el valle. Ahora distante, ahora
      cercano,  el  Isen  fluía  por  un  lecho  pedregoso.  La  noche  descendía  de  las
      montañas. Las nieblas se habían desvanecido. Soplaba un viento helado. La luna,
      ya casi  llena,  iluminaba  el  cielo del  este  con  un pálido  y  frío  resplandor.  A  la
      derecha, las estribaciones de las montañas parecían lomas desnudas. Las vastas
      llanuras se abrían grises ante ellos.
        Por fin hicieron un alto. Desviándose del camino principal, cabalgaron otra
      vez tierra adentro por las largas estribaciones herbosas. Luego de haber recorrido
      una  o  dos  millas  hacia  el  oeste  llegaron  a  un  valle.  Se  abría  hacia  el  mar,
      recostado  sobre  la  pendiente  del  redondo  Dol  Baran,  la  última  montaña  de  la
      cordillera septentrional, de verdes laderas y coronada de brezos. En las paredes
      del  valle,  erizadas  de  helechos  del  año  anterior,  apuntaban  ya  en  un  suelo
      levemente  perfumado  las  enmarañadas  frondas  de  la  primavera.  Allí,  en  los
      bajíos  cubiertos  de  espesos  zarzales,  levantaron  campamento,  una  o  dos  horas
      antes de la medianoche. Encendieron la hoguera en una concavidad junto a las
      raíces  de  un  espino  blanco,  alto  y  frondoso  como  un  árbol,  encorvado  por  la
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