Page 685 - El Señor de los Anillos
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Al oír la palabra hambre una luz verdosa se encendió en los pálidos ojos de
Gollum, que ahora parecían más saltones que nunca en el rostro flaco y
macilento. Durante un momento les habló como antes.
—Estamos famélicos, sí, famélicos, mi tesoro —dijo—. ¿Qué comen ellos?
¿Tienen buenos pescados? Movía la lengua de lado a lado entre los afilados
dientes amarillos, y se lamía los labios descoloridos.
—No, no tenemos pescado —dijo Frodo—. No tenemos más que esto… —le
mostró una galleta de lembas—… y también agua, si es que el agua de aquí se
puede beber.
—Ssí, ssí, agua buena —dijo Gollum—. ¡Bebamos, bebamos, mientras sea
posible! ¿Pero qué es lo que ellos tienen, mi tesoro? ¿Se puede masticar? ¿Es
sabroso?
Frodo partió un trozo de galleta y se lo tendió envuelto en la hoja. Gollum olió
la hoja, y un espasmo de asco y algo de aquella vieja malicia le torcieron la
cara.
—¡Sméagol lo huele! —dijo—. Hojas del país élfico. ¡Puaj! Apestan. Se
trepaba a esos árboles, y nunca más podía quitarse el olor de las manos, ¡mis
preciosas manos!
Dejó caer la hoja, y mordisqueó un borde de la lembas. Escupió y un acceso
de tos le sacudió el cuerpo.
—¡Aj! ¡No! —farfulló echando baba—. Estáis tratando de ahogar al pobre
Sméagol. Polvo y cenizas, eso él no lo puede comer. Se morirá de hambre. Pero
a Sméagol no le importa. ¡Hobbits buenos! Sméagol prometió. Se morirá de
hambre. No puede comer alimentos de hobbits. Se morirá de hambre. ¡Pobre
Sméagol, tan flaco!
—Lo lamento —dijo Frodo—, pero no puedo ayudarte, creo. Pienso que este
alimento te haría bien, si quisieras probarlo. Pero tal vez ni siquiera puedas
probarlo, al menos por ahora.
Los hobbits mascaron sus lembas en silencio. A Sam de algún modo, le supieron
mucho mejor que en los últimos días: el comportamiento de Gollum le había
permitido descubrir nuevamente el sabor y la fragancia de las lembas. Pero no se
sentía a gusto. Gollum seguía con la mirada el trayecto de cada bocado de la
mano a la boca, como un perro famélico que espera junto a la silla del que
come. Sólo cuando los hobbits terminaron y se preparaban a descansar, se
convenció al parecer de que no tenían manjares ocultos para compartir. Entonces
se alejó, se sentó a solas a algunos pasos de distancia, y lloriqueó.
—¡Escuche! —le murmuró Sam a Frodo, no en voz demasiado baja; en
realidad no le importaba que Gollum lo oyera o no—. Necesitamos dormir un
poco; pero no los dos al mismo tiempo con este malvado hambriento en las