Page 686 - El Señor de los Anillos
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cercanías. Con promesa o sin promesa, Sméagol o Gollum, no va a cambiar de
      costumbres  de  la  noche  a  la  mañana,  eso  se  lo  aseguro.  Duerma  usted,  señor
      Frodo,  y  lo  llamaré  cuando  se  me  cierren  los  ojos.  Haremos  guardias,  como
      antes, mientras él ande suelto.
        —Puede que tengas razón, Sam —dijo Frodo hablando abiertamente—. Ha
      habido un cambio en él, pero de qué naturaleza y profundidad, no lo sé todavía
      con certeza. A pesar de todo, creo sinceramente que no hay nada que temer…
      por el momento. De cualquier manera, monta guardia si quieres. Déjame dormir
      un par de horas, no más, y luego llámame.
      Tan cansado estaba Frodo que la cabeza le cayó sobre el pecho, y ni bien hubo
      terminado de hablar, se quedó dormido. Al parecer, Gollum no sentía ya ningún
      temor. Se hizo un ovillo y no tardó en dormirse, indiferente a todo. Pronto se le
      oyó  respirar  suave  y  acompasadamente,  silbando  apenas  entre  los  dientes
      apretados, pero yacía inmóvil como una piedra. Al cabo de un rato, temiendo
      dormirse también él si seguía escuchando la respiración de sus dos compañeros,
      Sam  se  levantó  y  pellizcó  ligeramente  a  Gollum.  Las  manos  de  Gollum  se
      desenroscaron  y  se  crisparon,  pero  no  hizo  ningún  otro  movimiento.  Sam  se
      agachó y dijo pessscado junto al oído de Gollum, mas no hubo ninguna reacción,
      ni siquiera un sobresalto en la respiración de Gollum.
        Sam se rascó la cabeza. « Ha de estar realmente dormido» , murmuró. « Y si
      yo fuera como él, no despertaría nunca más.»  Alejó las imágenes de la espada
      y la cuerda que se le habían aparecido en la mente, y fue a sentarse junto a
      Frodo.
        Cuando despertó el cielo estaba oscuro, no más claro sino más sombrío que
      cuando habían desayunado. Sam se incorporó bruscamente. No sólo a causa del
      vigor que había recobrado, sino también por la sensación de hambre, comprendió
      de  pronto  que  había  dormido  el  día  entero,  nueve  horas  por  lo  menos.  Frodo
      tendido ahora de costado, aún dormía profundamente. A Gollum no se lo veía por
      ninguna  parte.  Varios  epítetos  poco  halagadores  para  sí  mismo  acudieron  a  la
      mente de Sam, tomados del vasto repertorio paternal del Tío; luego se le ocurrió
      pensar que su amo no se había equivocado: por el momento no tenían nada que
      temer.  En  todo  caso,  allí  seguían  los  dos  todavía  vivos;  nadie  los  había
      estrangulado.
        —¡Pobre  miserable!  —dijo  no  sin  remordimiento—.  Me  pregunto  a  dónde
      habrá ido.
        —¡No  muy  lejos,  no  muy  lejos!  —dijo  una  voz  por  encima  de  él.  Sam
      levantó la mirada y vio la gran cabeza y las enormes orejas de Gollum contra el
      cielo nocturno.
        —Eh, ¿qué estás haciendo? —gritó Sam, inquieto una vez más como antes, no
      bien vio aquella cabeza.
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