Page 687 - El Señor de los Anillos
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—Sméagol tiene mucha hambre —dijo Gollum—. Volverá pronto.
—¡Vuelve ahora mismo! —gritó Sam—. ¡Eh! ¡Vuelve! —Pero Gollum había
desaparecido.
Frodo despertó con el grito de Sam y se sentó y se frotó los ojos.
—¡Hola! —dijo—. ¿Algo anda mal? ¿Qué hora es?
—No sé —dijo Sam—. Ya ha caído el sol, me parece. Y el otro se ha
marchado. Decía que tenía mucha hambre.
—No te preocupes —dijo Frodo—. No podemos impedirlo. Pero volverá, ya
verás. Todavía cumplirá la promesa por algún tiempo. Y de todos modos, no
abandonará su Tesoro.
Frodo tomó con calma la noticia de que ambos habían dormido
profundamente durante horas con Gollum, y con un Gollum muy hambriento por
añadidura, suelto en las cercanías.
—No busques ninguno de esos epítetos de tu Tío —le dijo a Sam—. Estabas
extenuado y todo ha salido bien: ahora los dos estamos descansados. Y tenemos
por delante un camino difícil, el tramo más arduo.
—A propósito de comida —comentó Sam—, ¿cuánto tiempo cree que nos
llevará este trabajo? Y cuando hayamos concluido, ¿qué haremos entonces? Este
pan del camino mantiene en pie maravillosamente bien, pero no satisface para
nada el hambre de adentro, por así decir: no a mí al menos, sin faltar el respeto a
quienes lo prepararon. Pero uno tiene que comer un poco cada día, y no se
multiplica. Creo que nos alcanzará para unas tres semanas, digamos, y eso con el
cinturón apretado y poco diente. Hemos estado derrochándolo.
—No sé cuánto tardaremos aún… hasta el final —dijo Frodo—. Nos
retrasamos demasiado en las montañas. Pero Samsagaz Gamyi, mi querido
hobbit… en verdad Sam, mi hobbit más querido, el amigo por excelencia, no nos
preocupemos por lo que vendrá después. Terminar con este trabajo, como tú
dices… ¿qué esperanzas tenemos de terminarlo alguna vez? Y si lo hacemos
¿sabemos acaso qué habremos conseguido? Si el Único cae en el Fuego, y
nosotros nos encontramos en las cercanías, yo te pregunto a ti, Sam, ¿crees que
en ese caso necesitaremos pan alguna vez? Yo diría que no. Cuidar nuestras
piernas hasta que nos lleven al Monte del Destino, más no podemos hacer. Y
empiezo a temer que sea más de lo que está a mi alcance.
Sam asintió en silencio. Tomando la mano de Frodo, se inclinó. No se la besó,
pero unas lágrimas cayeron sobre ella. Luego se volvió, se enjugó la nariz con la
manga, se levantó y se puso a dar puntapiés en el suelo, mientras trataba de silbar
y decía con voz forzada:
—¿Por dónde andará, esa condenada criatura?
En realidad, Gollum no tardó en regresar; pero con tanto sigilo que los hobbits
no lo oyeron hasta que lo tuvieron delante. Tenía los dedos y la cara sucios de
barro negro. Masticaba aún y se babeaba. Lo que mascaba, los hobbits no se lo