Page 688 - El Señor de los Anillos
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preguntaron ni quisieron imaginarlo.
« Gusanos o escarabajos o algunos de esos bichos viscosos que viven en
agujeros» , pensó Sam. « ¡Brrr! ¡Qué criatura inmunda! ¡Pobre desgraciado!»
Gollum no les habló hasta después de beber en abundancia y lavarse en el
arroyo. Entonces se acercó a los hobbits lamiéndose los labios.
—Mejor ahora ¿eh? —les dijo—. ¿Hemos descansado? ¿Listos para seguir
viaje? ¡Buenos hobbits! ¡Qué bien duermen! ¿Confían ahora en Sméagol? Muy,
muy bien.
La etapa siguiente del viaje fue muy parecida a la anterior. A medida que
avanzaban la garganta se hacía menos profunda y la pendiente del suelo menos
inclinada. El fondo era más terroso y casi sin piedras, y las paredes se
transformaban poco a poco en barrancas. Ahora el sendero serpenteaba y se
desviaba hacia uno u otro lado. La noche concluía, pero las nubes cubrían la luna
y las estrellas, y sólo una luz gris y tenue que se expandía lentamente anunciaba
la llegada del día. En una fría hora de marcha llegaron al término del arroyo. Las
orillas eran ahora montículos cubiertos de musgo. El agua gorgoteaba sobre el
último reborde de piedra putrefacta, caía en una charca de aguas pardas y
desaparecía. Unas cañas secas silbaban y crujían, aunque al parecer no había
viento.
A ambos lados y al frente de los viajeros se extendían grandes ciénagas y
marismas, internándose al este y al sur en la penumbra pálida del alba. Unas
brumas y vahos brotaban en volutas de los pantanos oscuros y fétidos. Un hedor
sofocante colgaba en el aire inmóvil. En lontananza, casi en línea recta al sur, se
alzaban las murallas montañosas de Mordor, como una negra barrera, de nubes
despedazadas que flotasen sobre un mar peligroso cubierto de nieblas.
Ahora los hobbits dependían enteramente de Gollum. No sabían, ni podían
adivinar a esa luz brumosa, que en realidad se encontraban a sólo unos pasos de
los confines septentrionales de las ciénagas, cuyas ramificaciones principales se
abrían hacia el sur. De haber conocido la región, habrían podido, demorándose un
poco, volver sobre sus pasos y luego, girando al este, llegar por tierra firme a la
desnuda llanura de Dagorlad: el campo de la antigua batalla librada ante las
puertas de Mordor. Aunque ese camino no prometía demasiado. En aquella
llanura pedregosa, atravesada por las carreteras de los orcos y los soldados del
enemigo, no había ninguna posibilidad de encontrar algún refugio. Allí ni siquiera
las capas élficas de Lorien hubieran podido ocultarlos.
—¿Y ahora por dónde vamos, Sméagol? —preguntó Frodo—. ¿Tenemos que
atravesar estas marismas pestilentes?
—No, no —dijo Gollum—. No si los hobbits quieren llegar a las montañas
oscuras e ir a verlo lo más pronto posible. Un poco para atrás y una pequeña
vuelta… —el brazo flaco señaló al norte y el este—… y podréis llegar por