Page 684 - El Señor de los Anillos
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nunca, sediento, siempre bebiendo,
       viste de malla y no tintinea.
       Se ahoga en el desierto,
       y cree que una isla
       es una montaña,
       y una fuente, una ráfaga.
       ¡Tan bruñido y tan bello!
       ¡Qué alegría encontrarlo!
       Sólo tenemos un deseo:
       ¡que atrapemos un pez
       jugoso y suculento!
        Estas palabras no hicieron más que acrecentar la preocupación que acuciaba
      a  Sam  desde  que  supo  que  su  amo  iba  a  adoptar  a  Gollum  como  guía:  el
      problema de la alimentación. No se le ocurrió que quizá también Frodo lo hubiera
      pensado, pero de que Gollum lo pensaba no le cabía ninguna duda. Quién sabe
      cómo y de qué se había alimentado durante sus largos vagabundeos solitarios. No
      demasiado bien, se dijo Sam. Parece un tanto famélico. Y no creo que, a falta de
      pescado, tenga demasiados escrúpulos en probar el sabor de los hobbits… en el
      caso de que nos sorprendiera dormidos. Pues bien, no nos sorprenderá: no a Sam
      Gamyi por cierto.
        Avanzaron a tientas por la oscura y sinuosa garganta durante un tiempo que a
      los fatigados pies de Frodo y Sam les pareció interminable. La garganta, luego de
      describir  una  curva  a  la  izquierda,  se  volvía  cada  vez  más  ancha  y  menos
      profunda. Por fin el cielo empezó a clarear, pálido y gris, a las primeras luces del
      alba. Gollum, que hasta ese momento no había dado señales de fatiga, miró hacia
      arriba y se detuvo.
        —El día se acerca —murmuró, como si el día pudiese oírlo y saltarle encima
      —. Sméagol se queda aquí. Yo me quedaré aquí y la Cara Amarilla no me verá.
        —A  nosotros  nos  alegraría  ver  el  Sol  —dijo  Frodo—,  pero  también  nos
      quedaremos: estamos demasiado cansados para seguir caminando.
        —No  es  de  sabios  alegrarse  de  ver  la  Cara  Amarilla  —dijo  Gollum—.
      Delata.  Los  hobbits  buenos  y  razonables  se  quedarán  con  Sméagol.  Orcos  y
      bestias inmundas rondan por aquí. Ven desde muy lejos. ¡Quedaos y escondeos
      conmigo!
        Los tres se instalaron al pie de la pared rocosa, preparándose a descansar. Allí
      la altura de la garganta era apenas mayor que la de un hombre, y en la base
      había unos bancos anchos y lisos de piedra seca; el agua corría por un canal al
      pie de la otra pared. Frodo y Sam se sentaron en una de las piedras, recostándose
      contra el muro de roca. Gollum chapoteaba y pataleaba en el arroyo.
        —Necesitaríamos  comer  un  bocado  —dijo  Frodo—.  ¿Tienes  hambre,
      Sméagol? Es poco lo que nos queda, pero lo compartiremos contigo.
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