Page 689 - El Señor de los Anillos
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caminos duros y fríos a las puertas mismas del país. Muchos de los suyos estarán
      allí para recibir a los huéspedes, felices de poder conducirlos directamente a Él,
      oh  sí.  El  Ojo  vigila  constantemente  en  esa  dirección.  Allí  capturó  a  Sméagol,
      hace  mucho  mucho  tiempo.  —Gollum  se  estremeció—.  Pero  desde  entonces
      Sméagol ha aprendido a usar sus propios ojos, sí, sí: he usado mis ojos y mis pies
      y mi nariz desde entonces. Conozco otros caminos. Más difíciles, menos rápidos;
      pero mejores, si no queremos que El vea. ¡Seguid a Sméagol! El puede guiaros a
      través  de  las  ciénagas,  a  través  de  las  nieblas  espesas  y  amigas.  Seguid  a
      Sméagol con cuidado, y podréis ir lejos, muy lejos, antes que Él os atrape, sí,
      quizás.
      Ya era de día, una mañana lúgubre y sin viento, y los vapores de las ciénagas
      yacían en bancos espesos. Ni un solo rayo de sol atravesaba el cielo encapotado,
      y Gollum parecía ansioso y quería continuar el viaje sin demora. Así pues, luego
      de un breve descanso, reanudaron la marcha y pronto se perdieron en un paisaje
      umbrío y silencioso, aislado de todo el mundo circundante, desde donde no se
      veían  ni  las  colinas  que  habían  abandonado  ni  las  montañas  hacia  donde  iban.
      Avanzaban en fila, a paso lento: Gollum, Sam, Frodo.
        Frodo  parecía  el  más  cansado  de  los  tres,  y  a  pesar  de  la  lentitud  de  la
      marcha, a menudo se quedaba atrás. Los hobbits no tardaron en comprobar que
      aquel  pantano  inmenso  era  en  realidad  una  red  interminable  de  charcas,
      lodazales blandos, y riachos sinuosos y menguantes. En esa maraña, sólo un ojo
      y un pie avezados podían rastrear un sendero errabundo. Gollum poseía ambas
      cosas sin duda alguna, y las necesitaba. No dejaba de girar la cabeza de un lado a
      otro sobre el largo cuello, mientras husmeaba el aire y hablaba constantemente
      consigo  mismo  en  un  murmullo.  De  vez  en  cuando  levantaba  una  mano  para
      indicarles que debían detenerse, mientras él se adelantaba unos pocos pasos, y se
      agachaba  para  palpar  el  terreno  con  los  dedos  de  las  manos  o  de  los  pies,  o
      escuchar, con el oído pegado al suelo.
        Era un paisaje triste y monótono. Un invierno frío y húmedo reinaba aún en
      aquella comarca abandonada. El único verdor era el de la espuma lívida de las
      algas  en  la  superficie  oscura  y  viscosa  del  agua  sombría.  Hierbas  muertas  y
      cañas putrefactas asomaban entre las neblinas como las sombras andrajosas de
      unos estíos olvidados.
        A  medida  que  avanzaba  el  día,  la  claridad  fue  en  aumento,  las  nieblas  se
      levantaron  volviéndose  más  tenues  y  transparentes.  En  lo  alto,  lejos  de  la
      putrefacción  y  los  vapores  del  mundo,  el  Sol  subía,  altivo  y  dorado  sobre  un
      paisaje sereno con suelos de espuma deslumbrante, pero ellos, desde allí abajo,
      no veían más que un espectro pasajero, borroso y pálido, sin color ni calor. Bastó
      no  obstante  ese  vago  indicio  de  la  presencia  del  Sol  para  que  Gollum  se
      enfurruñara  y  vacilara.  Suspendió  el  viaje,  y  descansaron,  agazapados  como
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