Page 692 - El Señor de los Anillos
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qué razón Sméagol había intentado tocarlos.
        —Bueno,  no  quiero  verlos  —dijo—.  ¡Nunca  más!  ¿Podemos  continuar  y
      alejarnos de aquí?
        —Sí,  sí  —dijo  Gollum—.  Pero  lentamente,  muy  lentamente.  ¡Con  mucha
      cautela!  Si  no  los  hobbits  bajarán  a  acompañar  a  los  muertos  y  a  encender
      pequeños cirios. ¡Seguid a Sméagol! ¡No miréis las luces!
      Gollum se arrastró en cuatro patas hacia la derecha, buscando un camino que
      bordeara la laguna. Frodo y Sam lo seguían de cerca, y se agachaban, utilizando
      a menudo las manos lo mismo que Gollum. « Tres pequeños tesoros de Gollum
      seremos, si esto dura mucho más» , murmuró Sam.
        Llegaron por fin al extremo de la laguna negra, y la atravesaron, reptando o
      saltando  de  una  traicionera  isla  de  hierbas  a  la  siguiente.  Más  de  una  vez
      perdieron  pie  y  cayeron  de  manos  en  aguas  tan  hediondas  como  las  de  un
      albañal, y se levantaron cubiertos de lodo y de inmundicia casi hasta el cuello,
      arrastrando un olor nauseabundo.
        Era noche cerrada, cuando por fin pisaron una vez más suelo firme. Gollum
      siseaba  y  murmuraba  entre  dientes,  pero  parecía  estar  contento:  de  alguna
      manera  misteriosa,  gracias  a  una  combinación  de  los  sentidos  del  tacto  y  el
      olfato, y a una extraordinaria memoria para reconocer formas en la oscuridad,
      parecía saber una vez más dónde se encontraba y por dónde iba el camino.
        —¡En  marcha  ahora!  —dijo—.  ¡Buenos  hobbits!  ¡Valientes  hobbits!  Muy
      muy cansados, claro; también nosotros, mi tesoro, los tres. Pero al amo hay que
      alejarlo de las luces malas, sí, sí. —Con estas palabras reanudó la marcha casi al
      trote, por lo que parecía ser un largo camino entre cañas altas, y los hobbits lo
      siguieron, trastabillando, tan rápido como podían. Pero poco después se detuvo de
      pronto  y  husmeó  el  aire  dubitativamente,  siseando  como  si  otra  vez  algo  lo
      preocupara o irritara.
        —¿Qué te ocurre? —gruñó Sam, tomando a mal la actitud de Gollum—. ¿Qué
      andas husmeando? A mí este olor poco menos que me derriba, por más que me
      tape la nariz. Tú apestas y el amo apesta: todo apesta en este sitio.
        —¡Sí, sí, y Sam apesta! —respondió Gollum—. El pobre Sméagol lo huele,
      pero Sméagol es bueno y lo soporta. Ayuda al buen amo. Pero no por eso. El aire
      se agita, algo va a cambiar. Sméagol se pregunta qué: no está contento.
      Se  puso  de  nuevo  en  marcha,  pero  parecía  cada  vez  más  inquieto,  y  a  cada
      instante se erguía en toda su estatura, y tendía el cuello hacia el este y el sur.
      Durante un tiempo los hobbits no alcanzaron a oír ni a sentir lo que tanto parecía
      preocupar a Gollum. De improviso los tres se detuvieron, tiesos y alertas. Frodo y
      Sam  creyeron  oír  a  los  lejos  un  grito  largo  y  doliente,  agudo  y  cruel.  Se
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