Page 697 - El Señor de los Anillos
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—¿No al hobbit bueno?
        —Oh  no,  si  eso  nos  desagrada.  Sin  embargo  es  un  Bolsón,  mi  tesoro,  un
      Bolsón.  Y  fue  un  Bolsón  quien  lo  robó.  Lo  encontró  y  no  dijo  nada,  nada.
      Odiamos a los Bolsones.
        —No, no a este Bolsón.
        —Sí, a todos los Bolsones. A todos los que retienen el Tesoro. ¡Tiene que ser
      nuestro!
        —Pero Él verá, Él sabrá. ¡Él nos lo quitará!
        —Él  ve.  Él  sabe.  Él  nos  ha  oído  hacer  promesas  tontas,  contrariando  sus
      órdenes,  sí.  Tenemos  que  quitárselo.  Los  Espectros  buscan.  Tenemos  que
      quitárselo.
        —¡No para Él!
        —No,  dulce  tesoro.  Escucha,  mi  tesoro:  si  es  nuestro,  podremos  escapar,
      hasta de Él ¿eh? Podríamos volvernos muy fuertes, más fuertes tal vez que los
      Espectros. ¿El Señor Sméagol? ¿Gollum el Grande? ¡El Gollum! Comer pescado
      todos los días, tres veces al día, recién sacado del mar. ¡Gollum el más precioso
      de los Tesoros! Tiene que ser nuestro. Lo queremos, lo queremos, ¡lo queremos!
        —Pero ellos son dos. Despertarán demasiado pronto y nos matarán —gimió
      Sméagol en un último esfuerzo—. Ahora no. Todavía no.
        —¡Lo queremos! Pero… —y aquí hubo una larga pausa, como si un nuevo
      pensamiento  hubiera  despertado—.  Todavía  no  ¿eh?  Tal  vez  no.  Ella  podría
      ayudar. Ella podría, sí.
        —¡No, no! ¡Así no! —gimió Sméagol.
        —¡Sí! ¡Lo queremos! ¡Lo queremos!
        Cada  vez  que  hablaba  el  segundo  pensamiento,  la  larga  mano  de  Gollum
      avanzaba  lentamente  hacia  Frodo,  para  apartarse  luego  de  pronto,  con  un
      sobresalto, cuando volvía a hablar Sméagol. Finalmente los dos brazos, con los
      largos dedos flexionados y crispados, se acercaron a la garganta de Frodo.
      Fascinado por esta discusión, Sam había permanecido acostado e inmóvil, pero
      espiando  por  entre  los  párpados  entornados  cada  gesto  y  cada  movimiento  de
      Gollum. Como espíritu simple, había imaginado que el peligro principal era la
      voracidad de Gollum, el deseo de comer hobbits. Ahora caía en la cuenta de que
      no era así: Gollum sentía el terrible llamado del Anillo. Él era evidentemente el
      Señor Oscuro, pero Sam se preguntaba quién sería Ella.  Una  de  las  horrendas
      amigas que la miserable criatura había encontrado en sus vagabundeos, supuso.
      Pero al instante se olvidó del asunto pues las cosas habían ido sin duda demasiado
      lejos y estaban tomando visos peligrosos. Una gran pesadez le agarrotaba todos
      los miembros, pero se incorporó con un esfuerzo y logró sentarse. Algo le decía
      que  tuviera  cuidado  y  no  revelara  que  había  escuchado  la  discusión.  Suspiró
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