Page 698 - El Señor de los Anillos
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largamente y bostezó con ruido.
—¿Qué hora es? —preguntó con voz soñolienta.
Gollum dejó escapar entre dientes un silbido prolongado. Se irguió un
momento, tenso y amenazador; luego se desplomó, cayó hacia adelante en
cuatro patas, y echó a correr, reptando, por el borde del pozo.
—¡Buenos hobbits! ¡Buen Sam! —dijo—. ¡Cabezas soñolientas, sí, cabezas
soñolientas! ¡Dejad que el buen Sméagol haga la guardia! Pero cae la noche. El
crepúsculo avanza. Es hora de partir.
« ¡Más que hora!» pensó Sam. « Y también hora de que nos separemos.»
Pero en el mismo instante se le cruzó la idea de que Gollum suelto y en libertad
podía ser tan peligroso como yendo con ellos. « ¡Maldito sea!» , masculló.
« ¡Ojalá se ahogara!» Bajó la cuesta tambaleándose y despertó a su amo.
Cosa extraña, Frodo se sentía reconfortado. Había tenido un sueño. La sombra
oscura había pasado y una visión maravillosa lo había visitado en esta tierra
infecta. No conservaba ningún recuerdo, pero a causa de esa visión se sentía
animado y feliz. La carga parecía menos pesada ahora. Gollum lo saludó con la
alegría de un perro. Reía y parloteaba, haciendo crujir los dedos largos y
palmeteando las rodillas de Frodo. Frodo le sonrió.
—¡Coraje! —le dijo—. Nos has guiado bien y con fidelidad. Esta es la última
etapa. Condúcenos hasta la Puerta y una vez allí no te pediré que des un paso
más. Condúcenos hasta la Puerta y serás libre de ir a donde quieras… excepto a
reunirte con nuestros enemigos.
—Hasta la Puerta, ¿eh? —chilló la voz de Gollum, al parecer con sorpresa y
temor—. ¿Hasta la puerta, dice el amo? Sí, eso dice. Y el buen Sméagol hace lo
que el amo pide. Oh sí. Pero cuando nos hayamos acercado, veremos tal vez,
entonces veremos. Y no será nada agradable. ¡Oh no! ¡Oh no!
—¡Acaba de una vez! —dijo Sam—. ¡Ya basta!
La noche caía cuando se arrastraron fuera del foso y se deslizaron lentamente
por la tierra muerta. No habían avanzado mucho y de pronto sintieron otra vez
aquel temor que los había asaltado cuando la figura alada pasara volando sobre
las ciénagas. Se detuvieron, agazapándose contra el suelo nauseabundo; pero no
vieron nada en el sombrío cielo crepuscular, y pronto la amenaza pasó a gran
altura enviada tal vez desde Barad-dûr con alguna misión urgente. Al cabo de un
rato Gollum se levantó y reanudó la marcha en cuatro patas, mascullando y
temblando.
Alrededor de una hora después de la medianoche el miedo los asaltó por
tercera vez, pero ahora parecía más remoto, como si volara muy por encima de
las nubes, precipitándose a una velocidad terrible rumbo al oeste. Gollum sin
embargo estaba paralizado de terror, convencido de que los perseguían, de que
sabían dónde estaban.